lunes, 4 de junio de 2012

De Afganistán a Siria

La semana pasada nuestras tropas de la OTAN confundieron a una familia que paseaba por su pueblo, Gerda Serai, al este de Afganistán, con una célula terrorista. Mataron a los padres y sus seis hijos. Mojamé nació en esa región, Paktia, una de las 34 que juntas llamamos Afganistán, como si hablásemos de un país. Mojamé no tiene ni idea de por qué están allí los demonios occidentales, nunca ha oído hablar del World Trade Center. Para él Kabul es otro mundo, uno que no comprende, es el mundo de los invasores y Karzai, que apenas controlan la capital y unos 40 kilómetros alrededor. Para entendernos, es como si la ley (occidental) solo imperara en Madrid capital, y a partir de Colmenar, Fuenlabrada o Getafe, se abriese al resto de España la jungla (la ley musulmana y tribal). Mucho más cerca está Pakistán, donde viven tranquilamente los restos de Al Qaeda. Hoy es viernes, el único día de la semana en que su esposa puede salir de casa, a la mezquita con burka (el niqab, que deja ver los ojos, le parece indecente). Sacan la vieja furgoneta soviética y Mojamé abre el portón de atrás para meter a su mujer en cuclillas, donde nosotros llevamos al perro (ni eso, a mi perra no la meto en un maletero, antes me voy andando). Después de los rezos dejará a la esposa encerrada en casa y acudirá a un acto social, en casa de Omar, muy cerca de los campos de opio, porque Afganistán vive de la heroína, es el primer productor mundial. Su amigo Omar, pese a que ya se ha comprado un niño bailarín para colmar sus necesidades sexuales, gusta de ofrecer veladas cuando otros hombres de negocios presentan sus lotes de Bacha Bazi antes de venderlos. Niños de nueve o diez años, los visten de mujer, los pintan como odaliscas, los hacen danzar sensualmente y entre los humos de la cachimba son violados. Los afganos pasan la juventud sin ver una mujer hasta después del matrimonio, y ese será el único rostro femenino de su vida, además de la madre. «Las mujeres son para los niños, los niños son para el placer», dice el proverbio afgano, o lo que nuestra progresía define como “peculiaridades culturales” en el ámbito de la “alianza de civilizaciones”.



  Suele decirse, casi como un mantra, que de lo que se trataba era de sacar Afganistán de la Edad Media. Craso error. Con Carlomagno, año 800, Europa entra en un auténtico renacimiento cultural. El emperador obliga a abrir escuelas en todas las catedrales y monasterios, los benedictinos traducen clásicos griegos y miles de estudiantes, becados por el imperio, transcriben los latinos, generalizando en toda Europa el uso de la minúscula carolingia. En 1200, una ciudad de apenas 5.000 habitantes como Burgos, levanta una catedral que hoy sería impensable, y en solo 25 años completan los habitantes de Chartres la suya. Alfonso X el Sabio crea la Escuela de Traductores, las Cántigas, la Siete Partidas o la crónica general, mientras romanceros ambulantes cantan el Poema del Mío Cid, la Canción de Roldán o la de los Nibelungos. Primero el románico y luego el gótico inundaron Europa toda en una pleamar cultural que, pese a las apariencias, no sería superada por el Renacimiento. Eso es la Edad Media, un nivel de civilización que los afganos ni siquiera soñaron.

No, Afganistán nunca llegó a la Edad Media, se cruzó antes el islam. Su máximo esplendor se remite a dos conquistadores, Ciro el Grande y Alejandro Magno, 250 años antes de Cristo. Allí encontró Alejandro a su reina, Roxana, y la lógica histórica podría haber llevado la región hacia una modernidad pareja a la persa o turca, pero no fue así. Gengis Khan y Tamerlan arrasaron el país, posteriormente la Ruta de la Seda dejaría algunas luces culturales, como los famosos budas de Bamiyan, Patrimonio de la Humanidad que los islamistas destruyeron en marzo de 2001, seis meses antes del ataque a las torres gemelas. Emires, reyes, persas, turcos, ingleses, franceses, soviéticos, chinos, indios, americanos, todos intentaron hacerse con la región, y todos fracasaron, porque como la mayoría de países musulmanes, Afganistán es solo una forzada acumulación de tribus.

Cuando se invadió Irak no fue la izquierda quien inventó las tres íes, fue el Papa Juan Pablo II con una lapidaria frase: «La guerra de Irak es injusta, ilegal e inmoral». Acuñó también la expresión “democracia imperial” para referirse a USA y sus aliados. La izquierda más hipócrita, eso que aquí se llamó zapaterismo, asumió la tesis del Santo Padre. Después no vieron inconveniente en invadir a sangre y fuego Libia. Legalidad significa que las dictaduras dirigentes del Consejo de Seguridad voten sí, moralidad de una guerra es cuanto menos discutible, y sobre la justicia… ¿Es justo permitir que Assad masacre en Siria a su población civil con armamento pesado? Algo que nunca hizo Gadafi. ¿Son justos los 10.000 asesinatos del Ejército sirio desde marzo de 2011?

Hoy mismo, viernes 1 de junio, el Ejército está bombardeando otra vez Houla. La semana pasada mataron allí a 108 personas, 49 de ellas niños muy pequeños, 32 mujeres. Intervenir sería ilegal puesto que Rusia y China se oponen, pero más allá de convenciones absurdas, ¿sería conveniente? ¿Lo ha sido en Afganistán?
Un país son principalmente dos cosas: impuestos y fuerzas armadas, recaudación y monopolio de la violencia. En Afganistán, tras una década de guerra, no hay ni lo uno ni lo otro. En la última cumbre de la OTAN, Chicago 20 y 21 de mayo, se estableció que para salir de Afganistán en 2014 se necesitan 4.100 millones de dólares al año con los que pagar a los 228.500 policías y militares, el 90% de los cuales no sabe leer.

Al Qaeda, tal y como la conocimos, ya no existe. Sus mandos afganos viven en grandes casas de Pakistán protegidos por el ejército y sus servicios de seguridad (ISI). La gran actividad de Al Qaeda juega ahora en otras regiones, ampliando sus franquicias por el islam. Una de esas regiones es Siria. Al contrario que Baréin, donde la minoría suní sojuzga a la mayoría chií, en Siria la minoría alauí (una secta chií) tiraniza a la inmensa mayoría suní. Arabia Saudí apoya a los rebeldes, igual que Al Qaeda, mientras que Irán por su parte es el que sostiene a Assad, ayudado por rusos y chinos. Los cristianos sirios por su parte están con el gobierno, malo conocido, pues saben que si llegan los rebeldes no dejarán ni su recuerdo. ¿Siria sería mejor sin Assad? La mejor opción viable sería un régimen sunita tutelado por Arabia Saudí, lo que desencadenaría inmediatamente una guerra civil que, esta vez sí, tendría grandes posibilidades de extenderse a todo Medio Oriente. Si al lado de Afganistán hay una potencia nuclear, Pakistán, al lado de Siria está Irán, y los iraníes ni siquiera se molestan en hacerse pasar por aliados de occidente.

La cuestión no es intervención sí o no, sino intervenir ¿para qué? ¿Exactamente con qué objetivo? La osadía democratizadora ha terminado. El experimento de imponer el sufragio universal olvidando que las urnas son el último escalón, y no el más importante, acaba siempre en desastre. Por más que nos horrorice el calvario sirio, las fuerzas en conflicto van mucho más lejos que derrocar o no a un dictador. La administración americana y los aliados de la OTAN lo saben, ponen como excusa a China y Rusia, cuando la realidad es mucho más simple: no podemos ser la policía del mundo.

4 comentarios:

  1. Querido José, como siempre tan certero y sutil.
    Me he cambiado de residencia, ahora estoy en wordpress. Pero ya sabes por donde me muevo. Un saludo cordial.

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  2. Muy interesante e instructivo este blog encontrado por casualidad. Varias entradas me interesan y sin duda les dedicaré más tiempo. ¡Enhorabuena! Y si no le importa le sigo.
    Un saludo cordial.

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  3. A mandar, Antonia, me alegra que le guste.

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