Hace cuatro años, colaborando en un medio digital, me preguntaron cómo valoraba el pretendido cierre de Guantánamo por parte del presidente Obama. Respondí entonces que no iba a cerrar la prisión caribeña. El 22 de enero de 2009 Obama firmó la orden ejecutiva para cerrar la prisión ilegal en el plazo de un año, obligando a que los detenidos fueran puestos a disposición de los tribunales civiles. El 7 de marzo de 2011 el presidente revocó la anterior con otra orden ejecutiva: los detenidos se enfrentarían a tribunales militares, y, en lugar de cierre, se decidió construir un campo de fútbol para los islamistas, ponerles televisión por cable y darles libros y algún curso para intentar civilizarlos mientras esperan el consejo de guerra, si llega. Más de 140 millones de dólares al año, unos 800.000 dólares por preso a cargo del contribuyente. En Guantánamo hay actualmente 169 islamistas, y de ellos hay 34 en aislamiento absoluto.
No se trata de cuál era la voluntad del presidente, de sus bondades discursivas, es sencillamente una cuestión práctica. En el libro de Bob Woodward (el de Garganta Profunda), Bush en Guerra (2003), el Pulitzer describió un nuevo tipo de guerra nacida con la invasión de Afganistán, una guerra de información, de comprar guerrilleros, de espías, tecnología satélite y pocas batallas tradicionales. Guerras sin militares, de combatientes apátridas, tipos para los que la Convención de Ginebra es inaplicable. Y Obama lo sabía, que una cosa es dar mítines y otra gobernar, por eso ha llevado la guerra tecnológica a otro nivel. Obama ha sido el primer presidente de Estados Unidos que ha reclamado para sí la capacidad de asesinar a ciudadanos estadounidenses sin control judicial, en cualquier parte del mundo. Por ejemplo, el 30 de septiembre de 2011, en Yemen, hizo ejecutar a un ciudadano de Nuevo México por pertenecer a Al Qaeda, Anwar al-Awlaki, y a su hijo de 16 años.
Si no hablamos de ciudadanos americanos los escrúpulos de Obama se reducen a cero. Solo en Pakistán, un país supuestamente aliado y con armamento nuclear, el gobierno de Estados Unidos mandó asesinar con drones a una cifra que bascula entre 2.562 y 3.325 personas, desde junio de 2004 a septiembre de 2012. Un tercio de ellos eran civiles inocentes, y al menos 176 niños. Los heridos y mutilados son una cifra que oscila desde 1.228 a 1.362 personas. Según el informe de la Stanford Law School y la New York University's School of Law, apenas un 2% de los objetivos neutralizados eran islamistas, unos 25. Dicho de otra manera: para matar a 25 terroristas, asesinaron a 176 niños; para matar a un terrorista, asesinan a 49 inocentes. Solo en Pakistán. Calcular las ejecuciones llevadas acabo en el resto del mundo es casi imposible.
La guerra de los robots es la respuesta civilizada a los ataques suicidas. En uno y otro caso se desata el terror de forma súbita, sin avisos, sin declaración de guerra, y por muy tecnológica que sea la respuesta occidental los resultados son imprevisibles. Los drones son efectivos, de eso no cabe duda, pero cada ataque robot que mata inocentes crea nuevos muyahidines dispuestos a la guerra santa. Si bien los ataques con drones empezaron en 2004, con Bush, ha sido Obama quien los ha intensificado, con más de 200 ataques desde agosto de 2008. Solo en su primer año como presidente Obama lanzó 54 ataques con drones, más que Bush entre 2004 y 2008. No se puede negar que Obama ha implementado además algunas innovaciones progresistas, especialmente la muy moderna del "double-striking", es decir: robot que suelta el pepino en un mercado de Waziristán, se espera a que acudan los primeros auxilios y suelta el segundo pepinazo, matando hasta al perrito del sámur.
En realidad, Obama no es un mal presidente. Lo verdaderamente notable es la idea que sobre él difunden los medios españoles más a la izquierda, con toda aquella mística sobre el "acontecimiento histórico planetario" (¡chiu chiu!) y los dos líderes pajinianos. Barak Obama es un señor conservador que, en España, estaría a la derecha del Partido Popular. Ningún presidente español se atrevería a matar vía satélite a Bin Laden y hacerse la foto. Ningún presidente español se atrevería a proponer una combinación de seguridad social y mutuas privadas. Ningún presidente español osaría deportar a 1.200.000 inmigrantes sin papeles en solo tres años. Cuando salen mentes privilegiadas como la del ínclito Javier Bardem criticando que Rajoy dé dinero a los bancos, ni se le pasa por la cabeza pensar que Obama hace lo mismo multiplicado por mil, quizás porque Obama ha bajado los impuestos a los más ricos, como Bardem, desde diciembre de 2010. Tiene mérito este presidente que gana encomendándose a Dios Todopoderoso y se despide bendiciendo a sus feligreses.
El otro campo de la lucha contra el terrorismo islámico se juega en el interior, con sus propios ciudadanos. Es la vieja batalla de libertad contra seguridad, la criticadísima Patriot Act de Bush, una ley especial que nació con los atentados del 11 de septiembre. Gracias a ella el gobierno tiene acceso a todas las comunicaciones telefónicas, emails y cualquier actividad en internet. El Gran Hermano. Lo que en 2001 era una ley de emergencia y provisional se convirtió en permanente en 2006. Obama llegó al poder en 2008 comprometido a derogarla, pero en mayo de 2011 firmó la orden para prolongarla durante cuatro años más. Además Bush hizo un uso tímido de la ley patriótica, mientras que Obama ha llevado el control de sus ciudadanos a su máxima expresión. El número de autorizaciones del Departamento de Justicia para espiar correos electrónicos y datos de la red aumentó un 361% entre 2009 y 2011. Entre 2009 y 2011 el número total de órdenes para espiar en los teléfonos aumentó en un 60%, de 23.535 en 2009 a 37.616 en 2011. En 2011 las compañías de telefonía móvil recibieron 1.3 millones de peticiones de información sobre actividades privadas. De hecho, y según el estudio de la American Civil Liberties Union, se han intervenido más comunicaciones personales en los últimos dos años que en toda la década anterior.
La retórica populista en un orador tan dotado como Barak Obama es demoledora para ganar elecciones. Una vez en el poder se pasa a la segunda fase: ¿qué vamos a hacer, de verdad? Y es ahí donde la fantasía progresista deja paso a la real politik. Zapatero se negaba a pronunciar la palabra "islamista" y todas las derivaciones de islam ("terrorismo internacional", decía), como el americano. Ambos encuadraban la lucha contra el terrorismo islámico dentro de la lucha contra el crimen, en clara oposición a la guerra contra el terrorismo de Bush. Mientras Zapatero sometió a la nación a una de los mayores ridículos internacionales, sacando apresuradamente las tropas de Iraq, Obama cambió en el minuto uno tras su acceso al poder. Seguiría dando estupendos discursos sobre la paz, la tolerancia y la convivencia con el islam, recibiría el premio Nobel de la paz y los progresistas europeos continuarán haciéndole la ola, pero el presidente de los drones y las ejecuciones sumarias sabe que si vis pacem, para bellum. Es un alumno aventajado de George W. Bush, tanto que aquellas luchas entre palomas y halcones parecen de momento ganadas por estos últimos, por Barak.
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