Del buen suceso que el valeroso Don Artur tuvo en la
espantable y jamás imaginada aventura de los invasores españoles, con otros
sucesos dignos de felice recordación.
En esto descubrieron dos o tres F18 en vuelo de
entrenamiento, y así como Don Artur los vió, dijo a su escudera: la ventura va
guiando nuestra construcción nacional mejor de lo que acertáramos a desear;
porque ves allí, amiga Carmen Panza, donde se descubren desaforados gigantes invasores
del Estado español con quien pienso hacer batalla, ¡por la gloria dels
segadors! y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a
enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio a la butifarra patria
quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? Dijo
Carmela.
Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos
largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced,
respondió Carmen, que estábamos con el nuevo estatut, ahora lo del pacto fiscal
y aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino aviones, que vuelan desde
la base en Zaragoza hasta el mar, que llevan toda la vida pasando por aquí, que
es el camino más corto. Bien parece, respondió Don Artur, que no estás cursada
en esto de las aventuras; ellos son gigantes imperialistas, desconocen el pan
con tomate, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte a bailar la sardana en el
espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo
esto, dio de espuelas a su burrito Rusinant, sin atender a las voces que su
escudera Carmen le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran aviones, y no
gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran
gigantes españoles, que ni oía las voces de su escudera Carmen, ni echaba de
ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces
altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que
os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y los cazas saludaron
balanceando las alas, tal y como hace cualquier aviador desde que estrenaron
Top Gun, lo cual visto por Don Artur, dijo: pues aunque mováis más brazos que
los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su
señora la Moreneta, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto
de su barretina, con la estelada en ristre, arremetió a todo el galope de
Rusinant, y embistió contra el aire; y dándole una lanzada al viento, atronó el
motor a reacción con tanta furia que se llevó tras de sí al burrito y al
caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Carmen Chacón a
socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía
menear, tal fue el golpe que dio con él Rusinant. ¡Válame Dios! dijo Carmen;
¿no le dije yo a vuestra merced que con lo del federalismo asimétrico
chuparíamos del bote igual? Calla, amiga Carmen, respondió Don Artur, que las
cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más
que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Rajoyón, que me robó el
aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes invasores en aviones de
entrenamiento por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que
me tiene el Estado español, que no nos entiende, y nos roba; mas al cabo han de
poder poco sus malas artes contra la voluntad soberana del pueblo.
En este punto y término deja el autor de esta historia, el
catalán Miquel Servent, esta batalla, disculpándose que no halló más escrito
destas hazañas de Don Artur, de las que deja referidas. Por lo que el ya citado
Miquel Servent, al igual que otros grandes patriotas catalanes como Cristófor
Colom, se encomienda a la Moreneta (mal llamada Gioconda) que tan bien retrató
el pintor catalán Leonard Vinçà con los picos de Montserrat al fondo. Señora
Moreneta de la Unión Europea, le pedimos que frene la intervención militar del
Estado español, que el mago Rajoyón deje de utilizar amenazas de uso de la
fuerza armada como resolución de un conflicto político, y que nos dé su palabra
de que no invadirá Cataluña. Que lo jure por el niñito Jesús, quien, por
cierto, era catalán.
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