En nuestro país se dan dos circunstancias que provocan la distancia entre lo que se llama jerarquía y la “asamblea de creyentes”, la genuina Iglesia:
Ataques exteriores y lo que podríamos llamar reacción clerocón.
El ataque exterior no solo es constante en la historia, sino que suele reforzar a una iglesia que, cuando se acomoda, pierde totalmente su perspectiva. Escandalizarse por las campañas televisivas se me antoja patético. Poco interesa a los cristianos lo que puedan decir algunos cómicos haciendo su trabajo, que todas las noticias eclesiales tengan relación con asuntos financieros o ese 1% de curas con delitos sexuales. Lo que de verdad interesa es saber por qué la Iglesia actual da pie a críticas tan afiladas, y qué papel jugamos en su mala imagen los cristianos, los capitostes de la Conferencia Episcopal y aquellos medios de comunicación por ellos controlados.
En tiempos de los primeros cristianos, con Pedro todavía en Jerusalén, la Iglesia se vio sometida a fuertes presiones por parte del judaísmo, especialmente por los saduceos del sumo sacerdote. Gamaliel, un famoso rabino fariseo, venerado por el pueblo y recordado por su interpretación abierta de la Ley, supo dar la respuesta que hoy no parece encontrar la Iglesia en España. En Ac. 5, 35-39 podemos leer sus palabras:
“Israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres, porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A este se unió un número como de cuatrocientos hombres, pero él murió, y todos los que lo obedecían fueron dispersados y reducidos a nada. Después de este se levantó Judas, el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que lo obedecían fueron dispersados. Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres y dejadlos, porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; pero si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios”.
Frente a esa interpretación -que es parte intrínseca del cristianismo- nos encontramos con una Iglesia enrocada en posiciones absolutistas, cerrada en guetos, cuando no en movimientos claramente sectarios, reclamando unas esencias (muchas veces preconciliares) que no se corresponden al signo de los tiempos y que la separan cada vez más de la gente y de los ideales cristianos. Digo enrocamiento por cuanto tiene la iglesia española de bunker frente al enemigo, de victimismo, de identificación con unas opciones políticas concretas, cesión a grupos de intereses, relativismo puro en cuanto los obispos bajan del púlpito, e ideologías que nada tienen que ver con ella.
Intentar, por ejemplo, la identificación de occidente y cristianismo es de un simplismo abrumador; hacerlo entre católicos y algunos que se dicen liberales, casi parece un insulto; con una opción partidista, es una aberración; y si, dentro del partidismo, la Iglesia se decanta por corrientes de un partido, por sectores aún más concretos y reduccionistas, podemos afirmar que nuestros “servidores” pastorales no hacen cristianismo, se dedican a otras cosas como política o negocios.
La inalienable condición de ser voz y apoyo para los desfavorecidos se ve enterrada bajo toneladas de porquería que nada tienen de mensaje cristiano. Cualquier cosa menos autocrítica: el malo siempre es el otro y la iglesia española no se pregunta qué está haciendo mal o qué hay en nuestro pasado –y en el presente- que avergüence a todos y por lo que sea imperativo pedir perdón.
Que la Iglesia es motivo de burla y, muchas veces, escarnio público, es un hecho. La campaña de varias televisiones e infinidad de medios escritos o radiofónicos contra el cristianismo, particularmente contra la Iglesia católica, es evidente, pero como dijo Gamaliel “si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; pero si es de Dios, no la podréis destruir” por cuanto aún resulta más bochornosa la reacción de muchos sectores eclesiales, especialmente de la Conferencia Episcopal.
Particularmente en España se cercenan iniciativas, se cortan ramas antes de ver su fruto, se pretende una interpretación única de la fe que más parece programa partidista que otra cosa. Mientras los necesitados siguen clamando en el desierto episcopal, para muchos creyentes han desaparecido las barreras entre un arzobispo y un líder político, entre una fe que “si es de Dios, no la podréis destruir” y una ideología política muy concreta, eso que podríamos llamar la oleada clerocón. Ante la incomprensión y las necesidades de los creyentes, cada vez más personas optan en momentos de crisis por otras opciones supuestamente espirituales. El pecado eclesial es doble:
Por un lado impiden lo que Pablo supo describir tan bien a los efesios, la diversidad:
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”.
Negación que viene seguida, cómo no, por el éxito de los falsos profetas:
“Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error”.
Uno, en su ignorancia, se pregunta si los “hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” están solo en las sectas destructivas –como si fueran la paja- o si no será más acertado fijarse en la viga del propio ojo para entender por qué más y más gente busca respuestas a golpe de talonario y en lugares vacíos. No es una opinión personal, el mismo Papa Benedicto lo lleva denunciando desde que dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe:
“¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia, e incluso más entre aquellos que en el sacerdocio deberían pertenecer enteramente a Cristo”.
Cada vez cobran más sentido las palabras de Pablo a los gálatas, y no exclusivamente por denunciar los falsos profetas del dólar, sino también por inducirnos a la reflexión de si estamos sirviendo al único mensaje que no es de este mundo, o a unos sucedáneos políticos deudores del poder y el dinero:
“Hermanos, me ha llenado de asombro el saber lo pronto que os habéis apartado de Dios, quien por la gracia de Cristo os llamó a la vida eterna. Habéis optado por seguir un evangelio diferente, pero lo cierto es que no hay otro evangelio que el evangelio de Cristo, el cual algunos pretenden pervertir, sin lograr con ello otra cosa que llenaros de confusión. Pues bien, que la maldición de Dios caiga sobre cualquiera, sea uno de nosotros o un ángel del cielo, que os predique un evangelio diferente del que yo os he predicado”.
Es en éste punto donde radica la responsabilidad de la Iglesia ante la invasión de pseudoreligiones sectarias. No se puede servir a dos amos, a la religión y al dinero:
“¿Acaso pensáis que estoy tratando de ganarme vuestro favor o el favor de Dios? ¿O que tan sólo pretendo agradar a la gente? Si mi único objeto fuese agradar a la gente, no sería siervo de Cristo”.
Por ello, Pablo insiste:
“Lo repito: si alguien os predica un evangelio diferente del que un día recibisteis, que la maldición de Dios caiga sobre él”.
Nuestro país se está convirtiendo en el nuevo granero de las sectas destructivas. Radica su interés en la condición de cruce de caminos que siempre ha tenido la península, su laxitud legal y la facilidad con que medran aquí todo tipo de grupos económicos. Es un proceso similar al narcotráfico que conecta cuatro continentes mediante su punto de encuentro en España. Tanta responsabilidad tiene el estado por su falta de reacción como la propia Iglesia instalada en la comodidad.
Pero, ¿cómo empezó todo?
CONTINUARÁ...
Sectas y fenómenos sectarios 3
-Orígenes del fenómeno sectario moderno: Adventistas, mormones, cienciología.
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