Iglesia somos socialistas y liberales, de izquierda y de derechas, progresistas o conservadores, feministas, homosensuales, amas de casa, ecologistas, empresarios, sindicalistas, obreros, clérigos, titiriteros, divorciados, prostitutas, artistas, drogadictos, monjas, independentistas, cómicos, campesinos, nacionalistas, anti y pro globalización, actores, amantes, concubinas, ancianos o niños… Ninguno de ellos es “el enemigo” y, a menudo, más que separados motu proprio, son expulsados por un discurso integrista que nada tiene de cristiano y menos aún de pastoral.
Decía Umbral que él era, según su bolsillo, de derechas, intelectualmente de izquierdas y anarquista de corazón. En los inicios de esta bitácora, cuando me preguntaban, solía decir que me sentía libertario... Argumentar una querencia libertaria era inmediatamente confundido con una especie de seres, por decir algo, que se hacen llamar “libertarianos”. Imposible definirse en el ámbito político, monocolor, y mucho menos partidista, que me parece penoso y sobretodo cansino; lo que sí es factible es dejar claro que estos “libertarianos”, neocons o neoliberales, cuanto más lejos, mejor.
El pasado viernes, a eso de las 19 horas, el director de L´osservatore Romano llamaba a Juan Manuel de Prada ofreciéndole la portada de diario oficioso vaticano. Giovanni Maria Vian ha propuesto a Prada, tras su estruendosa entrevista, hacer un comentario sobre la encíclica que está pendiente de sacar el Papa (¡ahí es nada!), y contestaba de esta manera a la confusión patente en España sobre ideologías políticas versus fe, así como a las presiones mercantilistas que clamaban por la desautorización del autor católico. La noticia del apoyo vaticano a de Prada la dio él mismo en declaraciones a A Fondo.
El gran caballo de batalla cristiano es, hoy día, el relativismo pagano; algo que se está mezclando irremisiblemente con ese nuevo liberalismo ultra propuesto como antítesis de San Agustín y La Ciudad de Dios. Semejante fariseísmo no es nuevo, pero cambia de pelaje según su conveniencia. No me refiero ya al Decreto de Milán en el 313, ni al Concilio del 325... Ni a la Navidad del año 800, a la masacre albigense, el Renacimiento hispano o a la coronación del Corso. Tampoco a la “cruzada” fascista de Franco. El fariseísmo podría ser el primer enemigo del cristianismo, y tanto las invectivas de Jesús como cartas tan contundentes como la de Santiago no van destinadas a “los judíos”, o a los clérigos de entonces, sino a cada nueva generación farisaica que intenta usurpar el poder de César mediante subterfugios más o menos buenistas.
Hace apenas un año J. Ratzinger publicaba “Jesús de Nazaret”:
“Después de las experiencias de los regímenes totalitarios, del modo brutal en que han pisoteado a los hombres, humillado, avasallado, golpeado a los débiles, comprendemos también de nuevo a los que tienen hambre y sed de justicia (...) Ante el abuso del poder económico, de las crueldades del capitalismo que degrada al hombre a la categoría de mercancía, hemos empezado a comprender mejor el peligro que supone la riqueza y entendemos de manera nueva lo que Jesús nos quería decir al prevenirnos ante ella (...) que destruye al hombre, estrangulando despiadadamente con sus manos una gran parte del mundo”.El liberalismo, o lo que hoy se intenta hacer pasar como tal, el capitalismo salvaje, precedió en el tiempo a otros regímenes totalitarios: lo llamamos Revolución Francesa. Por citar un ejemplo, Sophie Masson, descendiente de algunas víctimas en aquel primer genocidio moderno, escribió en “Quadrant” el artículo “Recordando la Vendée” en 1996.
"A comienzos de 1794 la Convención decidió el exterminio de los vandeanos, hasta el último hombre, mujer y niño. Y encontraron a muchos que estaban dispuestos a llevar a cabo estas órdenes.Todo por la liberté, bien entendu... Así que resulta obligado cuestionarse:
“Nadie será dejado con vida.” “Sólo los lobos deben dejarse para vagar por esa tierra.” “El fuego, la sangre y la muerte son necesarios para preservar la libertad.” “Sus instrumentos de fanatismo y superstición deben ser destruidos.” Éstas fueron algunas de las palabras usadas por la Convención al hablar de la Vendée. Sus científicos domésticos soñaban toda clase de nuevas ideas –el envenenamiento de la harina, el alcohol y los depósitos de agua, el establecimiento de una curtiembre en Angers que se especializaría en el tratamiento de pieles humanas; la investigación de métodos de cremación de grandes números de gente en grandes hornos, de modo que pudiese aprovecharse eficientemente su grasa. Uno de los generales republicanos, Carrier, despreciaba esta investigación: estos métodos “modernos” tomarían demasiado tiempo. Era mejor utilizar métodos más tradicionales de masacrar: el ahogamiento masivo de hombres, mujeres y niños desnudos, frecuentemente atados en lo que llamaban “matrimonios republicanos”; el hundimiento de botes especialmente construidos llenos de gente en medio del Loire; el pasar por las bayonetas a masas de hombres, mujeres y niños; el aplastamiento de cabezas de bebés contra las paredes; el “fusilamiento” de prisioneros usando cañones; las más horribles y desagradables torturas; el incendio y saqueo de aldeas, pueblos e iglesias.
"Existen infinitas, infinitas, “Places de la République”; existe un suburbio de París llamado Robespierre, y el nombre de Turreau está grabado en el Arco del Triunfo. Ni mención de los rebeldes, los subversivos. Éste es también el legado de la República. En nuestro propio tiempo, cuando el nacionalismo se está volviendo más áspero a la vez que diluido, la historia de la Vendée está finalmente filtrándose más allá de sus fronteras. Pero ¿qué significa? Si la Revolución francesa fue la primera ideología moderna, ¿fueron las masacres de la Vendée el arquetipo de los genocidios modernos? Y si ese es el caso, ¿cuál es el significado para todo el legado de la Revolución? ¿Puede su idealismo inicial compensar su oscuridad posterior?"
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