Aquel 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, Millán Astray lanzó rabiosos ataques contra el catalanismo y el vasquismo:
Catalunya y el País Vasco son cánceres en el cuerpo de la nación.
Hoy, lejos de aquellos delirios del siglo pasado, con setenta años de diferencia, otros de ideologías parecidas han tomado el relevo. A ellos, esos grupúsculos nacional-socialistas, racistas, extrema derecha abertzale y demás profesionales del pilla-pilla y el odio nazi, la respuesta de don Miguel de Unamuno sigue siendo tan letal y acorde a nuestro tiempo que es lo mejor que pueda responderse:
"Todos estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y me sabéis incapaz de callar. Callar significa a veces mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir a un divorcio entre mi consciencia y mi palabra. Seré breve y la verdad es más verdad cuando se expone desnuda".
Breve sí fue... Pero aún fue más verdadero:
"Quisiera, pues, comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, del general Millán Astray… Dejemos aparte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes.
Yo nací en Bilbao, en medio de los bombarderos de la segunda guerra carlista. Luego me casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero jamás he olvidado mi ciudad natal. El obispo (cardenal Plà y Daniel) quiéralo o no, es catalán, nacido en Barcelona… Acabo de oír el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la muerte! Me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que he pasado la vida creando paradojas, he de deciros, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna…".
¿¡Qué más se puede decir de quienes pretenden adaptar aquel fascismo a sus ínfulas nacionales y complejos de cuna!? Unamuno lo dijo todo. Son inválidos:
"El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo. Es un inválido de guerra.
También lo fue Cervantes.
Desgraciadamente hay hoy demasiados inválidos en España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra pensar que el general Millán Astray pueda dictar normas de psicología de masas.
Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era simplemente un hombre, y no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como digo, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo como se multiplica el número de mutilados alrededor de él".
Millán Astray gritó:
¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!Don Miguel continuó impasible. Contaba 72 años de sabiduría y una claridad excelente:
"Estamos en el templo de la inteligencia y yo soy aquí su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando un sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Y ahora os digo: venceréis pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y el derecho en la lucha. Me parece inútil deciros que penséis en España. He dicho".
Astray, como muchos nazis que hoy intentan equiparar Hispanidad y sus fantasmas personales, iba armado. Ante el revolcón público que le propinó don Miguel, echó mano a su cinto... Carmen Polo, la esposa del dictador, se dirigió a Unamuno y le pidió su brazo para acompañarla fuera de la sala. Astray, cobardemente, como hacen los borregos nacionalistas de la actualidad, casi se come su pistola de tanta rabia contenida...
Don Miguel, como cualquier caballero hispano de 72 años le ofreció galantemente su apoyo a la señora... Y juntos... Dejaron aquel infierno de pueblerinos nazis. El cardenal Plà les acompañó y condujeron a Unamuno fuera del paraninfo hasta un automóvil. Unamuno llegó sano y salvo a su casa por a calle de la Rúa.
En su editorial, EL MUNDO resume hoy bastante bien ese "conflicto" que sirve a intereses de los poderosos:
Como ya apuntó Ortega, «merced a la intervención de hiperdemagogos se ha llegado a hacer del nacionalismo un hipernacionalismo». En ese ambiente viciado, todo son cortinas superpuestas que tapan algo tan obvio como que es la España actual la que encarna y representa la modernidad. No es ni lo casposo, ni lo retrógrado, ni lo retardatario, ni lo ombliguista, ni lo cavernícola. Al contrario de lo que le achacan sus detractores, España significa la igualdad de derechos de los ciudadanos frente al concepto medieval de los privilegios de cada reino. Supone el régimen constitucional, que es la garantía de libertades. Es el aval de estabilidad que ha permitido el mayor desarrollo de la historia de este rincón de Europa, hasta situar al país como octava potencia económica del mundo. Representa la ruptura de los mitos y las ensoñaciones expansionistas frente a quienes precisamente reescriben su pasado y ambicionan territorios que nunca tuvieron. Encarna la mano tendida, la solidaridad y la aceptación de la diferencia, frente a la amenaza, la insolidaridad, la imposición y la exclusión.
Como a Unamuno, a mí también me aterra pensar que individuos como Sabino Arana, Xavier Arzallus, Carod-Rovira, Millan Astray, Raúl Castro, Josu Ternera, Almadineyah, Ibarreche, Pachi López, G.W.Bush, los obispos vascos, el maltratador Eguiguren, Hugo Chávez, Pernando Barrena, o los cachorros multimillonarios de Jordi Pujol con su patético llamamiento a la "huelga japonesa" puedan dictar normas de psicología de masas. Eso solo ocurrirá aquí si el presidente del gobierno lo permite, no rectifica, y el pueblo soberano le deja.
Saca tu bandera a orear: ¡Rebelión cívica, ya!
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