martes, 8 de noviembre de 2011

Rodríguez Rubalcaba entrevista al presidente Rajoy

Una somanta de bofetadas displicentes, un repaso histórico tratando al antes candidato y ahora entrevistador. Saltó al cuadrilátero el líder de la derecha, música de Rocky, Eye of the Tiger, gris marengo a medida, entallado y de hombros perfectos. Corbata azul. Mariano lee. En la otra esquina, Alfredo. Siempre camisa azul, corbata azul, traje azul oscuro mal entallado y caído de hombros. Barbas perfectas y calva reluciente frente a pelazo excesivo. Alfredo mira a la cámara, empiezan los cabezazos, lógicamente nervioso, parecía un imitador de Rubalcaba en los clones.


El primer discurso causa confusión, Alfredo ejerce telegenia, gran dominio de la oratoria; Mariano guión. Pero fue apenas un momento, estaban calentando. Mariano arrolla: Usted miente y está dejando caer una insidia. En la sala de asesores se desata la euforia: ¡la mirada del tigre, Mariano! El santiagués, casi condescendiente: Conociéndole, no me extraña, pero sí que sea tan burda. Cuando sacó la retranca y el galleguismo salió lo mejor de Mariano, se quedó solo en el ring: Yo no soy como usted. A partir de ahí fue un mamporro tras otro, con Alfredo entrevistando al presidente Mariano que le explicaba las cosas del "sentido común", le recordaba el desastre en el que han sumido a España y reconvenía al entrevistador: Está usted confuso. No quiso rematar, en lugar de puntilla clavó de vez en cuando unas banderillas malévolas: Señor Rodríguez Rubal... Pérez. Los asesores saltaban entusiasmados. Las reacciones en prensa son clarificadoras. Nuestros ultras de cabecera siguieron con sus monsergas que nadie escucha. Cabreados, daban ganas de darles una tilita a García Serrano en Intereconomía y a Fernando Berlín en La Sexta. En las portadas, desde los entusiastas de La Razón: Rajoy presidente; hasta el control de daños en Público: Rubalcaba pelea y descoloca a Rajoy. Sí, como aquel púgil con trencitas que descolocaba al boxeador de los Monty Python.


Gran debate. Ambos líderes demostraron sentido de Estado, fue reconfortante verlos coincidir en temas sociales, sobre el terrorismo o en sus apelaciones a España. Bien es cierto que después del inexistente patriotismo en el zapaterato, cualquier reivindicación de la Nación suena a música celestial. Podían haber caído en la cursilería zapateril, de signo contrario, pero no lo hicieron. Por primera vez desde hace muchos años, sembraron esperanza. La gente visualizó a un líder para tiempos convulsos y a una posible izquierda que, convenientemente reconvertida, debe ejercer su contrapeso. Los dos se enfrentan a futuros endiablados, refundar una socialdemocracia civilizada y gobernar un país destruido. La clave, al final, en palabras de Mariano: Somos una gran nación, España, que no se rinde nunca.

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