Lo dice el ministro de Fomento y vicesecretario general del PSOE, José Blanco. Nada es casual, como el terremoto de Haití. El generalísimo Chávez afirmó que se trataba de un terremoto experimental provocado con el arma de terremotos de EEUU para efectuar una invasión humanitaria en Haití. El caudillo venezolano y showman de aló presidente lo anunció el pasado 18 de enero. Y ahora Blanco, ya digo:
«Nada de lo que está ocurriendo en el mundo, incluso algunos editoriales de los periódicos, es casual o inocente… Hay una campaña perfectamente definida para demonizar al presidente del Gobierno».
Como Fidel Castro o Francisco Franco, otro gallego nos descubre la confabulación judeo-masónica y, como ellos, también apela al «sentido patriótico de todos» porque «no vamos a permitir que los especuladores financieros ataquen a España». Atacar a Zapatero es atacar a España, a mí la legión, casi parecen los del tripartito catalán poniéndose estupendos. Prietas las filas compareció igualmente el vicepresidente de no se sabe qué, Manuel Chaves, y la tercera del PSOE, Leire Pajín, para decir lo mismo. Solo falta aquello de la pertinaz sequía. Nada nuevo. Hace un par de años el presidente echaba las culpas a los ricos o a la banca, y Blanco comparaba la caída de Wall Street con la del Muro. Ambos obviaban que los responsables de ejercer el control sobre los mercados son ellos, los gobernantes.
Una buena teoría de la conspiración evita tener que entrar al fondo del asunto. Al inventarse la conspiración del 11-M sus autores tapaban las negligencias y mala gestión que permitieron cometer el atentado. El absoluto descontrol en el tráfico de explosivos y que la trama de Asturias se paseara ante la nariz de los gobernantes, el esperpento de las escuchas, la descoordinación en los seguimientos de células islamistas o la negligencia ante la evidente amenaza tras la invasión de Irak. Nada. ¿Para qué dar margaritas a los cerdos si comen basura? Al inventarse la conspiración del caso Leganés, sus autores tuvieron que renunciar a abordar las negligencias o mala gestión que permitieron que «se hayan realizado sedaciones terminales con dosis injustificadamente altas de medicamentos y en asociaciones potencialmente peligrosas, lo que ha generado una situación de riesgo innecesario adicional a los pacientes, de muerte por depresión respiratoria».
Ahora lo que interesa es salvar al líder, y con él la mamandurria de sus adjuntos. Nada mejor para ello que echar las culpas a otros. Esto del nuevo contubernio de Múnich empezó el pasado 28 de enero en el foro de Davos (Suiza), cuando para leerle la cartilla sentaron al presidente del gobierno español entre el primer ministro griego, Giorgos Papandreu, y el presidente de Letonia, Valdis Zatlers. De qué se reía Zapatero en la foto del trío calavera es algo que se me escapa. El gobierno la emprendió cual mico enloquecido aporreando el piano, urdió anuncios de proyectos de reflexiones, ni sí ni no sino todo lo contrario, y pasó el muerto a eso que llama los agentes sociales. Lo que sea menos gobernar.
Entonces explotó el jueves negro, apocalipsis del velo mediático, y Zapatero hizo una rueda de prensa. Los del contubernio original eran anti-franquistas, conservadores, católicos y liberales (el PCE soviético se quedó fuera; el PSOE, 100 años de honradez y 40 de vacaciones). En este contubernio entran autoridades como Joaquín Almunia, que comparó lo de España con el desastre de Grecia, o Alfonso Guerra, y según Zapatero atacan… ¡el euro! «No quiero hacer valoraciones sobre lo que a todas luces son movimientos especulativos y a qué responden». ¿Mande? ¿Y lo de nuestro récord mundial championlí? «Vamos a defender el euro», añadió, y millones de españoles boquiabiertos se hicieron el sepukku. Como ironizaba el Wall Street Journal, Zapatero va a prohibir el desastre por decreto, ¿cómo no se le había ocurrido a nadie?
Así que se han ido de road show, como The Rolling Stones, empezando por Londres. La acogida de su teoría de la conspiración durante el bolo es descrita en el Financial Times de esta manera:
No es la primera vez que un Gobierno europeo culpa de la mala evolución de sus mercados, CDS o moneda a un cruel complot. Suena un poco paranoico… España es víctima de una conspiración internacional centrada en destruir la posición económica del país y, a partir de ahí, el euro. Esa es la visión llana y simple del Gobierno español, o al menos de su ministro de Fomento.
El problema, cómo no, será cosa de los ingleses, que desconocen nuestra irrefrenable tendencia conspiranoica. Deberían salir de Benidorm. Tenemos conspiraciones del 11-M, una conspiración de médicos para echar al doctor Montes, conspiraciones variadas de Garzón o la Gürtel, y hasta conspira el mundo mundial para que Zapatero acabe rezando el rosario. De momento, la confabulación judeo-masónica ha conseguido que en España recemos todos de puro canguelo, hasta los ateos, y la única medida urgente que se me ocurre es una peregrinación a Lourdes del gobierno en pleno, sin billete de vuelta
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