miércoles, 17 de febrero de 2010

El asesinato considerado como una de las bellas artes

La memoria de Baltasar (y 2). El asesinato considerado como una de las bellas artes.

Aunque la memoria es selectiva, siempre hay alguien que nos recuerda lo que olvidamos. Desde hace unos meses todos los partidos nacionales apoyan una candidatura para el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Se trata del Excelentísimo señor Sebastián Fernando Macarro del Castillo, alias «Marcos Ana». Su tratamiento, excelentísimo, viene de que el pasado 4 de diciembre, el ministro del paro Celestino Corbacho le notificó la concesión de la Medalla de Oro al Mérito al Trabajo. El premiado declaró: «¿A mí? ¡Pero si yo no he trabajado en la vida!». El 13 de enero el Gobierno Vasco le entregó el Premio René Cassin de Derechos Humanos. Ha llamado a sus memorias «Decidme cómo es un árbol» (sum sum, sum sum… a qué huelen las nubes), y no está confirmado que el título aluda a «la tierra de los ahorcados» donde asesinaba, porque el susodicho asesinaba gente inocente. Pedro Almodóvar ha comprado los derechos del libro para llevar su vida al cine y su amigo Luis Eduardo Aute le cantó Al Alba.



Precisamente al alba salió la revista Alba, que se ha preocupado de rebuscar en la memoria la biografía de Macarro, ay, esas hemerotecas… Un hombre que siempre luchó a favor de la dictadura soviética, asesino convicto y confeso, que con 19 años nunca pisó el frente de guerra, que nunca ha trabajado y cobró toda su vida del Politburó. Además intentó ser poeta pero no le hicieron caso.
Se llamaban Marcial, José, Amadeo, Agustín, Braulio, Francisco, Faustino… y están muertos. El día 21 de julio de 1936, apenas tres días después del levantamiento militar, los escuadrones de la muerte soviéticos tuvieron campo libre en Alcalá de Henares y llevaron a cabo un plan sistemático de represalias sobre la población civil, incluyendo en la purga el saqueo de domicilios particulares, quema de iglesias, violaciones, y asesinato de vecinos. Fernando Macarro del Castillo, alias «Marcos Ana», era vecino de Alcalá desde sus nueve años y fue un destacado miembro de la checa “Basilio Yebra”, en la calle de las Ánimas de Alcalá. Ese mismo día 21, Macarro, alias «Marcos Ana», asesinó a Don Augustín Rosado Fernández, por ir a misa, un campesino con nulo interés en la política a quien sacó de su domicilio con la excusa de que debía prestar una declaración sin importancia. «Marcos Ana» le metió un tiro en la nuca en el lugar conocido como «la tierra de los ahorcados». Dos días después, el 23 de julio de 1936, asesinó al cura Don Marcial Plaza Delgado en presencia de la madre y otros familiares, entre los que estaba el padre del sacerdote, Don José Plaza Torres, al que mató después de que viera morir a su hijo. Una sobrina del cura, Victoria Fraguas Salgado, señaló en una fotografía para La Vanguardia, el 10 de noviembre de 1962, el lugar exacto donde Marcos Ana ejecutó fríamente a su tío, José Plaza. El 30 de julio apareció el cuerpo de Amadeo Martín, un joven de 24 años y cartero del pueblo. El propio asesino alardeaba de sus crímenes burlándose de las víctimas, como la madre del cartero, Mercedes Cabezudo, que pudo salvarse y narró posteriormente el asesinato de su hijo: «Fue asesinado a las siete de la tarde… se puso de rodillas al morir y perdonaba a todos y pedía perdón por nosotros. Al contar esto, Macarro se reía y hacía gestos de burla». Luego moriría Don Braulio Gallo, a consecuencia de las torturas infligidas por «Marcos Ana» y otros esbirros del Soviet. A ellos se suman los asesinatos de Don Francisco Marón y Don Faustino Plaza, dando un total de 7 víctimas mortales, y dejando por aclarar su participación en decenas de asesinatos de civiles cometidos en Alcalá aquellos días (lista de asesinados 1 - lista de asesinados 2).

Dos condenas a muerte se le conmutaron por 30 años, por ser menor. Pidió repetidamente su perdón (solicita a V.E. tenga a bien…) y finalmente, fue indultado por Franco en 1961. Al salir intentó ser poeta sin éxito, continuó de comisario político para Moscú, y, apoyado en la supina idiotez europea de entonces, llegó a ser recibido por la reina de Bélgica antes de que supieran de su carrera homicida (como cuenta el ABC 7 de noviembre 1962), aunque diez días después la misma Bélgica le denegó el estatuto de refugiado (lo cuenta La Vanguardia el 18 de noviembre 1962). La Gazette de Lièje, en 1963, lo catalogó como «el poeta asesino», y La Vanguardia publicó su primera pequeña biografía titulada «Un pasado siniestro».

Cualquier día veremos una estatua en el parque, el Excelentísimo señor Fernando Macarro del Castillo, en posición de abuelito venerable, preguntándose a qué huelen las nubes mientras los niños juegan en su regazo.

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