
La batalla por la vida y la dignidad de todas las personas se ganará, antes o después, como se ganó a la esclavitud o al racismo. La cuestión está ahora en cambiar una tendencia fascistoide. Desgraciadamente es un debate viciado y cualquier zascandil se cuelga la etiqueta vale-para-todo de progresista.
Un amigo me preguntaba hace tiempo: ¿cuándo progresista dejó de significar progresista? No lo sé. Supongo que al mismo tiempo que otros tomaron la Bastilla liberal para convertirla en un búnker. Lo explica bastante bien Manuel Martín Ferrand en El aborto como bandera política. La cuestión es que de manera insólita pero no inexplicable se ha alimentado una masa borreguil capaz de defender los más siniestros postulados de muerte, del poder más absoluto, siempre contra los más débiles.
La Iglesia
Mientras nuestros obispos patrios se dedican a hacer cariñitos a etarras, montar fantasmales partidos católicos, ver películas de Amenábar o cargarse el socialismo cristiano y la derecha de Rajoy, el mundo católico avanza, oiga, que es una barbaridad. Por si faltaba algo, los tres tenores del «hoy me manifiesto contra el aborto, mañana no» —Benigno Blanco, Alfredo Dagnino, Ignacio Arsuaga— van a palos, unidos o separados según sopla, y Rouco no sabe con qué mimbres hacer el cesto del partido rouquista.
Para asegurar ese lucro desmesurado, el biopoder maneja guerras, enfermedades, esterilizaciones y abortos masivos, todas las medidas eugenésicas que sirvan a la avaricia. Cuando la empresa cumple su función social, nada que objetar; si no es así se transforman, como dice Molares do Val de algunas oenegés, en cultivadores de hambrientos.
Progresistas
En América, el Arzobispo de Posadas (Argentina), Mons. Juan Rubén Martínez, lo clavó recientemente en una carta: «sectores poderosos, organismos internacionales», que responden a «una especie de capitalismo egoísta y salvaje, manejan grandes megamedios y agreden a las familias… Asombrosamente se visten con el ropaje absurdo de llamarse o autodenominarse ‘progresistas’ y ‘modernos’, cuando en realidad responden contradictoriamente al peor capitalismo».

Si nos fijamos en los vídeos con cámara oculta filmados en las clínicas del doctor Morín observaremos que las mujeres que abortan son niñas de 15 años, una boliviana, otra rumana. Por supuesto de familias pobres y, de acuerdo con las leyes fabricadas por y para multinacionales abortistas, sin posibilidad en la sanidad pública (aborto libre, dicen, pero pagando), ni de tener protección o acogimiento para favorecer la adopción. Pagarán 4.000 euros cada una, según declara el propio Morín.
Puede parecer mucho dinero 4.000 euros pero, al fin y a la postre, lo pagan personas imigrantes en exclusión social, pobres. Mucho más caro es acoger a esas niñas por un año y ofrecer un programa que les permita tener su hijo o cederlo en adopción, fácil y gratuitamente, a las miles de familias deseosas de criarlo. Adoptar un niño no deseado por su madre siempre es un acto de amor, como cederlo. Da igual que sean familias tradicionales, homosexuales o un señor musulmán con 4 esposas. Claro que, entonces, esas familias tampoco pagarían chantajes millonarios por adoptar un chinito, que es de lo que se trata.
La fundación Project Prevention, fundada por la actriz Barbara Harris y dedicada al control de natalidad, mediante un programa de esterilización para toxicómanos llamado CRACK —que está amparado por la ley— ofrece 200 dólares a cada toxicómano que se acoja a su plan.
Lynn Paltrow, presidenta de National Advocates for Pregnant Women, declaraba sobre el programa de Project Prevention en The New York Times: «Los nazis decían que si solo esterilizas a los enfermos y los judíos mejorarás la economía». Conviene recordar que la eugenesia se ha practicado en Estados Unidos esterilizando a miles de discapacitados mentales o físicos, homosexuales, presos y lo que, en general llaman, personas conflictivas. Se aprobaron leyes que prohibían casarse a cualquier «epiléptico, imbécil o débil mental». Hasta 1945, unos 45.000 enfermos mentales fueron esterilizados de manera forzosa, pensando que la locura se heredaba. Entre 1927 y 1963, 64.000 personas fueron esterilizadas forzosamente bajo las leyes eugenésicas de los Estados Unidos. Canadá esterilizó forzosamente a miles de nativos canadienses hasta los años 1970. Suecia esterilizó por la fuerza a 62.000 personas, minorías étnicas y enfermos mentales, durante 40 años.

En Venezuela, si no les matan, les ofrecen una muerte progresista invitándoles a morirse. Cuando los índios venezolanos empiecen a saltar por los aires como hombres-bomba islamistas, Hugo Chávez habrá encontrado la forma de acabar con la hambruna sin tocar un solo petrodólar.
En el Perú, en tiempos que Fujimori era un héroe nacional alabado internacionalmente, se implementaron campañas de esterilización de la población indígena, indígenas pobres, bajo mando directo del presidente e impulsadas por la USAID y el UNFPA de la ONU. El País cifraba en 200.000 las personas esterilizadas y sentenciaba:
Su dilatado plan para controlar la natalidad de los más pobres e indefensos, los campesinos indígenas, le coloca al borde del genocidio y hace más acuciante su enjuiciamiento.
Fujimori con la ONU, USAID y la política de salud reproductiva de Bill Clinton practicaron lo que se llama un genocidio preventivo. Nada desdeñable tampoco es el silencio de la defensora de la Mujer de la Defensoría del Pueblo y la complicidad de las organizaciones feministas. La cuestión se saldó con una reprimenda en el Congreso americano y la enmienda Tiahrt, mediante la cual los EEUU sólo apoyan y financian desde entonces esterilizaciones voluntarias o abortos voluntarios. El bloguero y profesor de economía en Nueva York, el hispano-peruano Silvio Rendon del colectivo El Gran Combo Club, describe el final de aquel genocidio así:
Fueron instituciones “pro-vida” las que denunciaron el asunto a nivel internacional, sobre todo en los Estados Unidos. Paradójicamente, el centrista Clinton con sus políticas de “salud reproductiva” causó mucho daño a la población indígena peruana, mientras que el derechista Bush, influído por las derechas religiosas, si algo, cambió de política e impidió que continúe el despropósito de las esterilizaciones involuntarias. La posición “pro-vida” en este caso incluyó, como debe ser, la vida de los indígenas, sin discriminación alguna. El tema, sin embargo, ha quedado enterrado.
Todavía están por rendir cuentas las oenegés feministas que participaron en el genocidio preventivo de América mediante esterilizaciones generalizadas, como Pathfinder Internacional o la organización Manuela Ramos. De hecho, actualmente lo llaman «salud reproductiva».

Como ha dicho recientemente Costa Gavras, antes las cosas estaban más claras, ahora los dictadores son democráticos y es difícil aclararse. Pero el principio no cambia: los pobres pueden vivir mientras sirvan a los ricos; si molestan -esa fastidiosa tendencia a reproducirse- se les mata o se les invita a matarse.
Recuerdo cuando a las monjitas de la Casa Cuna Santa Isabel se les cayó el techo. Una residencia para madres gestantes y con niños menores de 3 años abierta a toda mujer que haya recibido malos tratos tanto físicos como psicológicos, y para niños abandonados. Decenas de mamás y bebés acogidos y nadie movía un dedo para ayudarlas. Con el tiempo hasta las denunció un abogado que, luego se supo, era hombre y letrado gracias a que esas monjas le salvaron la vida. Seguramente era un abogado progresista, como Tánatos.
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