martes, 17 de noviembre de 2009

Si yo fuera Willy

Si yo fuera Willy, dubi dubi, dubi duuu... Viviría siempre muy feliz, sin tener que trabajar. Si yo fuera Willy, pediría los papeles y regularización, reagrupamiento familiar, piso de acogida y pensión. Denunciaría por maltrato a Moratinos y a la Chacón, que vayan preparando indemnización, eh, si yo fuera Willy.
Porque resulta que el Bonito del Norte ni es bonito ni del norte, es atún blanco de muy al sur que no ha visto cañas ni en la Albufera; los nacionalistas piden la entrada del ejército opresor, los jueces no juzgan, la Armada no se arma, el gobierno flowerpower pasa de militares y judicatura, las leyes se hacen ex post facto, el ministro dice que eso del Estado de derecho está bien pero "nunca se puede generalizar", y los atuneros vascos cantan Suspiros de España. Todo eso con el pobre Willy lejos de su cocotero. Angelito.
Si yo fuera Willy me dejaría de abogados y buscaría un agente ya. Quiero portada de Pedrojota hablando de cuánto quiero a mi mamá, con taparrabos de marinerito, y sin gayumbos en Interviú. Plaza fija de tertuliano con Jorge Javier, a pachas con Cachuli y entrevista en profundidad, de pago, para Ana Rosa. Quiero una ortodoncia. Al contrario que a Quijote, se me ocurre así a humo de pajas un cursillo completo de "fomentar la autoexploración sexual y el autodescubrimiento del placer" (en swahili: cascarse gallardas por todo lo alto), con eso que subvencionan de 'El placer está en tus manos'. Una canción de Ana Belén y que me adopte Angelina Jolie.

Hace algún tiempo, cuando los políticos no estaban pendientes del telediario y los ministros de defensa defendían algo, el comercio de Roma fue amenazado por unos amigos de Willy. Pompeyo fletó quinientas naves, con ciento veinte mil hombres y cinco mil caballos, dividó el mar en trece zonas y los fue arrinconando hacia tierra donde esperaban sus legiones. La escabechina fue tal que muchos piratas se rindieron, por lo que fueron tratados generosamente por el Magno. Después se ocupó de su base en Cilicia, que está al norte de Somalia pasando Suez, donde los machacó hasta que se rindieron y recuperó todos los botines arrasando sus fortalezas. En tres meses acabó con la piratería.

Hay naciones que tienen claro quién ostenta el monopolio de la violencia. Claro que aquí, los tres conceptos son "discutidos y discutibles": nación, monopolio y violencia. Está contentísimo el presidente pacifista ahora que tiene sus Blackwater con Chacón, qué bien, como George Bush y Dick Cheney. A difundir la conjunción planetaria de paz y amor.

Cuenta Plutarco que cuando los piratas pidieron veinte talentos por el rescate de César éste se echó a reír, "voluntariamente se obligó a darles cincuenta", y "muchas veces les amenazó, entre burlas y veras, con que los había de colgar, de lo que se reían". En cuanto estuvo libre, los capturó y los mandó crucificar, quedándose además con el rescate que otros habían pagado. Como político es inigualable: pagar y salvar a las víctimas, ejecutar a los secuestradores y beneficiarse del rédito. Suetonio dice que César era "muy benévolo por naturaleza a la hora de vengarse", y que habiendo jurado crucificar a los piratas que le secuestraron, ordenó primero degollarlos para que sufrieran menos (De uita Caesarum, César 74). Montaigne, católico humanista y padre del buenismo, en el Libro II de sus Ensayos lo interpreta como "tan dulce en sus venganzas", y se atreve a criticar a Suetonio por considerar como "un acto clemente el matar sólo a los que nos ofendieron".

En 1739 comenzó otra de piratas (nada que ver con Ramoncín), la «Guerra de la oreja de Jenkins». El capitán de navío Julio León Fandiño apresó un barco corsario comandado por el pirata inglés Robert Jenkins cerca de la costa de Florida, y cortó la oreja de su capitán. Jenkins compareció ante la Cámara de los Comunes en 1738 con la oreja en la mano -¡qué escena!- y explicó que el capitán español, al tiempo que se la cortaba, decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». Inglaterra, siempre dispuesta a defender sus piratas, declaró la guerra a España el 23 de octubre de 1739, armando una flota de guerra que superaba en 60 naves a la Armada Invencible.

Fue precisamente un vasco español como algunos de los atuneros secuestrados, en un barco español (eso está por ver), quien se especializó en esos otros piratas, los ingleses de la «Guerra de la oreja de Jenkins»: D. Blas de Lezo y Olavarrieta (1688-1741). Jorge II ordenó en 1742 que los historiadores británicos no escribieran nunca sobre D. Blas de Lezo, que borraran toda memoria suya y de la mayor humillación jamás sufrida por los ingleses: la batalla de Cartagena de Indias. Si buscamos en la Enciclopedia Británica, hoy, a Blas de Lezo, el resultado es "There are currently no results related to your search", y en contenidos adicionales, "There are currently no magazine results related to your search". Para los ingleses no existe Blas de Lezo, lo lamentable es que para muchos españoles y americanos, tampoco.

En 1741 el Almirante británico Edward Vernon comandó la mayor flota jamás vista, 186 naves y 23.600 hombres (la Armada Invencible solo dispuso de 130 barcos y 20.000 hombres) para sitiar Cartagena de Indias y apoderarse de toda la América hispana. Del lado español, Blas de Lezo con seis navíos de guerra y 3.000 hombres entre tropa regular y milicianos, 600 indios flecheros y la marinería y tropa de los barcos. Tras entrar en batalla con algunos éxitos, Vernon envió un correo a Jorge II asegurando que la plaza se había rendido. Hubo una gran euforia y el rey de Inglaterra mandó acuñar monedas en las que D. Blas de Lezo, de rodillas, entrega su espada a Vernon que le da palmaditas en la cabeza con la inscripción "el orgullo español humillado por Vernon". Blas de Lezo aparece en las monedas con dos piernas, dos brazos y dos ojos, y en el reverso seis navios y un puerto, con la inscripción: "quien tomó Portobelo con solo seis naviós".
Pero la guerra no había terminado. Con la última y definitiva carga se produjo el mayor ataque anfibio que vieron los siglos hasta Normandía. La más descomunal flota de guerra que jamás surcara los mares desembarcó sus tropas en las playas de Colombia. Don Blas se lanzó como pudo seguido de sus hombres, con su único brazo levantando el sable, su pata de palo marcando el paso y su único ojo clavado en el enemigo. La batalla fue inenarrable, Amenábar, qué película tienes ahí. Los españoles vencieron con una proporción de 10 ingleses por cada uno de ellos. Vernon había perdido 50 naves y 6.000 hombres, huyendo con su rabo inglés entre las piernas y amenazando con volver entre maldiciones: «God damn you, Lezo!» (¡Que Dios te maldiga Lezo!). Don Blas de Lezo siempre llevó la camisa por dentro, luchó hasta el final y nunca abandonó a un miembro de su tripulación. Murió el 7 de septiembre de 1741 en Cartagena de Indias por las heridas recibidas y la peste generada con los cuerpos insepultos, cerrando el paso para siempre a la conquista británica de Hispanoamérica y dando cien años más al imperio español.

Ramón Tamames ha propuesto que el próximo buque escuela de la Marina española se llame Blas de Lezo. El actual lleva el nombre de Juan Sebastián Elcano, aquel al que el emperador Carlos V concedió un escudo con la divisa Primus Circumdedisti Me. La gesta de Blas de Lezo está a la altura de los más grandes actos heróicos que hayan existido nunca y su repercusión histórica es comparable a las de Elcano o, en cierto modo, a las de otros titanes que cambiaron el mundo, como Hernán Cortés.

En nuestra España del buen rollito civilizador, se formaría una plataforma con oenegés y hermanitas de la caridad laica, como marco previo para propiciar el diálogo multicultural en el que establecer las bases de un tratado de sincera amistad que permita a los pobrecitos piratas cobrar sus chantajes sin sobresaltos, de la Vega les daría un subsidio en lugar de traérselos para que Chacón pueda edificar un hermoso futuro de amor y paz en el mundo. Quiero conocer a Tarzán, dice el pirata Willy; sí bwana, responde el solícito funcionario. Ankawa chita.

Apenas 4 años antes de la muerte del Almirante, en 1736, un joven de 18 llamado D. Antonio Barceló, el capitán Toni, patrón del jabeque correo entre Palma y Barcelona, empezaba a batirse el cobre con los piratas argelinos. Cuenta de él Arturo Pérez-Reverte que sólo entre 1762 y 1769 echó a pique 19 barcos piratas norteafricanos, hizo 1.600 prisioneros y liberó a más de un millar de cautivos cristianos. Así lo describe el de patente de corso:
"Era hombre rudo y de escasa educación, brusco de modales, sordo como una tapia por el ruido de los cañones. Tampoco era guapo, pues la cicatriz de un sablazo le cruzaba el careto de lado a lado. Gajes del oficio. Pero sus tripulaciones lo adoraban, peleaban por él como fieras y lo acompañaban, literalmente, a la misma boca del infierno.
Argelia era la Somalia de entonces, más o menos, y a los atuneros de entonces los protegió a su manera: en 1783 fue con una escuadra a Argel, disparó 7.000 cañonazos contra la ciudad e incendió 400 casas. Sin despeinarse.".


No se puede olvidar que la auténtica base de los piratas hoy está en Londres. El principal traficante de esclavos británico y creador del bloqueo en las Azores para asaltar barcos españoles, Sir John Hawkins, estuvo castigando a España con participación de Isabel I hasta que en 1569 su flota fue sorprendida en Veracruz por la Armada española. Les hundieron 4 barcos y 2 escaparon. En una de las naves huídas navegaba otro viejo conocido y socio al 50% con la reina de Inglaterra: el pirata Drake, Sir Francis Drake. Los saqueos del pirata Drake, a medias con Isabel I, fueron tan enormes que terminaron fundando el Banco de Inglaterra.

En esta España blandiblup, si Zetapé pudiera no dejaría pasar la oportunidad: el pirata Willy alto comisionado de la Alianza de Civilizaciones, rutilante estrella de sus raperos y embajador de buena voluntad de la ONU. Pero no puede: ¿Está vivo Zapatero? ¿Alguien lo ha visto? Da igual. Carod que le ponga traductores a Willy, del bantú al español, de éste al catalán y luego al árabe, para que lo entiendan en el Maresme. A César y Pompeyo les juzgaría Garzón por crímenes contra la humanidad, a Blas de Lezo y Julio León Fandiño por xenófobos, y a Antonio Barceló por joderles la Alianza de Civilizaciones. Bibiana les sometería a un programa de rehabilitación, López Garrido le pondría piso y subsidio, y Chacón los mandaría a repartir chupachups en Afganistán. Moratinos, muy enfadado, los reprobaría con durísimas palabras en lingala: ¡Nalingi cotondo!

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