miércoles, 18 de marzo de 2009

Matemos al lince


Ha surgido una campaña contra el aborto utilizando la imagen del lince y un bebé. Denuncia que se protege más a la fauna y flora que al niño por nacer. En las tertulias hay prácticamente unanimidad, a derecha, izquierda y mediopensionistas: todos critican la campaña. La subdirectora de La Razón declara que al «perder las formas» pierden todo, y hay rasgado general de vestiduras con plañideros indignados mostrando ceniza en sus cabezas. No oigo a ninguno de ellos pidiendo un referendo, que puestos a relativizar sería lo más democrático.

Recuerdo una anécdota que leí no sé dónde sobre Adriano. Un anciano romano, ciego, recorrió cientos de kilómetros a pie para ver al emperador y pedirle que tocara sus ojos. La historia termina con el gran emperador hispano posando sus dedos y el hombre recuperando la vista. Hoy he visto a un joven padre en paro recorriendo media España para ser recibido por Zapatero y pedirle que le arregle la vida. Ambos ejemplos muestran hasta qué punto el ciudadano tiene asumido que existe un biopoder, y que esa cualidad divina la encarnan líderes cambiantes, desde dioses vivos a presidentes, pasando por los de la gracia de Dios. Hubo un momento glorioso en la Historia cuando el Hombre reconoció una Ley Natural, por encima de épocas y coyunturas puso por escrito la Declaración Universal de Derechos Humanos. Hoy se cuestionan principios tan básicos como el derecho a la vida, porque cuando el Estado es dios, todo es discutible, relativo, votable.

Por si hiciera falta recordarlo: no se puede matar. La guerra es ilícita siempre. No, no se puede ejecutar ni condenar a muerte a nadie. Y no, no se puede matar seres humanos, ni en su estado embrionario ni en su vejez o enfermedad. No se puede. El suicidio pertenece a la conciencia de cada cual.

Faltaría añadir algunas consideraciones, como que torturar o matar un animal es un crimen tan sucio que, en mi opinión, es comparable a cualquier asesinato, excepto cuando esa muerte atiende a la también Ley Natural del instinto de supervivencia. Y más importante aún, el manifiesto que ha lanzado Giuliano Ferrara pidiendo añadir, en la primera clásula del artículo 3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos —Toda persona tiene derecho a la vida—, la expresión «desde la concepción hasta la muerte natural». Dice Ferrara que «el diagnóstico prenatal es más bien un criterio para mejorar la raza», y que «la ciencia documenta de modo irrefutable la existencia de un patrimonio genético humano en el embrión».

Como cualquier ley universal, Natural, existen excepciones que atienden más a nuestra propia capacidad que al enunciado general. La legítima defensa, el conflicto entre dos vidas o el mal menor, por ejemplo. Una sociedad tribal expulsará al peligroso, y si no tiene otros medios lo matará por el bien común. Una sociedad de tribu-estado, espartana, matará a sus niños más débiles. Una sociedad primitiva y totalitaria alentará el asesinato de las hembras recién nacidas o de los niños con enfermedades, o los de un color distinto. Una sociedad primitiva donde existan países y fronteras decretará sus «guerras legales» según el signo de los tiempos, y sus Estados se erigirán en dadores de vida y muerte, dueños del biopoder. Por esto un verdadero progresismo debe llevar paulatinamente, sin fisuras, a la completa aplicación de la Ley Natural.

Ferrara cuenta que la idea surgió «tras conocer la moratoria de la pena de muerte que aprobó la Asamblea General de Naciones Unidas … el mismo secretario general de la ONU ha calificado de ‘catástrofe’ la situación generada en Asia por la política del hijo único», que ha llevado a que «se eliminen muchas niñas … hay que redefinir el concepto de vida humana, desde un punto de vista racional y no confesional». La moratoria a la pena de muerte es «aplicable a causas sin procedimiento judicial y en todos los países», y las Naciones Unidas ha concluido que «la vida siempre es sagrada».

Una parte de las elites pijas y reaccionarias se postulan ahora como garantes de leyes totalitarias aplicadas en las más abyectas dictaduras. Las niñas bien de las familias mejor remuneradas por el régimen, entre prebendas, puestazos y graciosas concesiones, pretenden cambiar el sentido de las palabras para actuar impunemente contra el progreso apoyando las ideas más retrógadas y casposas. Desvían un tema eminentemente sanitario y social hacia camelos de ligereza y futilidad impresionantes, y así encuadran la vida humana en un Ministerio de la Igualdad (¿igualdad de qué y para quién?).

Bibiana Aído y su grupo de expertos, tan plurales ellos, tan dialogantes y con ese talante sectario y de profunda ignorancia que les define, son incapaces de contestar una sencilla pregunta: ¿cuándo empieza la vida humana?
El día de la presentación para esta ley inspirada en el nacionalsocialismo alemán, un periodista preguntó:
«Ustedes recomiendan el aborto libre hasta la semana 14. ¿Por qué no hasta la 12 o en la 18? ¿Me puede decir cuando consideran que se produce el inicio de la vida?».

La respuesta:
«No vamos a entrar en cuestiones religiosas».


Resulta que un grupo muchísimo más amplio e infinitamente más científico, integrado por 1000 académicos y profesores de universidades, solicita la paralización del nuevo proyecto. Son dos iniciativas, S.O.S. quiero vivir de la comunidad científica en Cataluña, y el Manifiesto de Madrid (pdf), de científicos, escritores y profesores de universidades españolas y extranjeras, impulsado por los profesores César Nombela, Nicolás Jouve, Francisco Abadía y Julio Navascués. Las conclusiones de la ciencia son que «desde la fecundación existe un nuevo ser humano, vivo, original, irrepetible, distinto de la madre y, por tanto, con unos derechos que deben ser reconocidos, respetados y garantizados por el ordenamiento jurídico». El Dr. Severo Ochoa, que no está entre los expertos invocados por la ministra, ya denunció que el aborto sería «una gran vergüenza en generaciones futuras, el mayor genocidio de la Humanidad aplicado a los más débiles».

Las conclusiones de los científicos sobre el proyecto son las siguientes:
La vida empieza en el momento de la fecundación y el cigoto es la primera realidad corporal del ser humano. Ni el embrión ni el feto forman parte de un órgano de la madre. Un aborto es un acto simple y cruel de «interrupción de una vida humana». Las mujeres deben conocer la secuelas psicológicas: el «síndrome postaborto». Que una joven de 16-17 años decida sola es una forma de violencia contra la mujer y una irresponsabilidad.


En éste punto entra la nueva dialéctica totalitaria, disfrazada siempre de buen rollito y falso progresismo, tan carca y tan fascista como lo ha sido siempre. Es aquello del consenso, huir de los extremismos, buscar un punto de acuerdo más o menos equidistante. Pues bien, para encontrar ese acuerdo sólo hace falta definir cuándo empieza la vida humana o, con mayor honestidad intelectual, desde cuándo una vida humana es considerada no desechable por los dueños del biopoder como futuro contribuyente y votante. Una niña de 16 años es votante potencial de manera inmediata, hay que retratarse y decir si un niño de cuatro meses con síndrome de down lo es o no. Esa honestidad que, como mínimo, exijo, está formulada por algunos teóricos marxistas españoles, que claramente definen a la persona como ser social y no como ser humano. Lo veremos más adelante, en una segunda entrega. Aluden estos teóricos del estalinismo a las salvajes teorías que sobre el Hombre enunció Aristóteles, para quien, recordemos, los bárbaros no eran personas. Alejandro nunca le hizo mucho caso.

Hemos superado los 1.000 millones de abortos en los últimos treinta años y actualmente estamos en cincuenta millones anuales. En España, desde la despenalización del aborto en 1985 hasta el año 2005, 1.021.027 niños no pudieron nacer con la excusa, en el 97% de los casos, de peligro psicológico para la madre. Si hay conflicto entre la vida de dos personas es un problema a resolver, pero de lo que hoy hablamos es de inocentes no nacidos y eliminados en el seno de sus madres. Es cierto que la inmensa mayoría de asesinatos prenatales se dan en regímenes totalitarios, notablemente en China, pero el papel que un día jugaron nazismo y comunismo está siendo adoptado, cada vez más, por democracias occidentales que, eso sí, se niegan a realizar un referéndum sobre tan grave situación. Esa ha sido la cobarde actitud de los presidentes Felipe González, Jose Mª Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, porque en la demagogia del holocausto no hay colores, todos opinan lo mismo pero son incapaces de argumentarlo. El aborto libre, el asesinato de bebés, tiene defensores populistas en todos los partidos y todas las élites gobernantes. Son los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad, nostálgicos del control genético hitleriano y las purgas estalinistas, quienes toman la bandera de la más antigua y deshumanizada barbarie, asumiendo la ética de la aristocracia romana, los elitistas espartanos o las infames directrices de Mao.

No existe el derecho al asesinato de niños no nacidos. Como está sobradamente probado, el ser humano existe desde el mismo instante en que dos códigos genéticos se combinan. Si alguien no está de acuerdo espero que argumente desde cuándo un niño es «persona», nacido o no, porque no es lo mismo matar a una persona que a una no-persona.

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1 comentario:

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