miércoles, 3 de diciembre de 2008

La comunicación como arma de destrucción masiva

Extracto de "Sociedad terminal, la comunicación como arma de destrucción masiva".
Un libro de Javier Benegas

IV.- La generación Operación Triunfo

1.- Un modelo sencillo y eficaz
El modelo originario en cuestión, aún siendo simple y fácilmente replicable, posee una estética atractiva. El característico aspecto desaliñado e informal está perfectamente calculado, y bajo el mismo nos encontramos con un diseño calculado, atractivo y seductor. Hombres con el pelo ligeramente revuelto, en unos casos con más o menos melena y en otros con el pelo corto, pero siempre unas patillas prominentes. Una media barba o una barba contenida y aseada, de dibujo poco convencional y que refuerza con sus límites bien definidos los contornos del rostro. En general, están ausentes las camisas con cuello rígido y se opta por una sencilla camiseta o se combina la misma con un suéter o sudadera. Los pantalones son anchos y cómodos, y las zapatillas deportivas están dentro de un claro estilo retro. Las gafas graduadas en muchos casos añaden un aspecto a la vez intelectual y moderno propio del siglo XXI. Aparentemente se trata de una indumentaria sencilla y económica, pero lo cierto es que en infinidad de casos tanto las prendas como los complementos, y no digamos el calzado, son de marcas relevantes, y el coste de los conjuntos supera con creces el precio de un traje con su camisa, zapatos y corbata a juego. Los colores inicialmente son colores oscuros o intensos y se huye de los más claros y limpios. Los colores claros denotan ingenuidad y pureza, los oscuros o intensos un carácter más marcado y un personalidad más compleja. A grandes rasgos, este estilo se traslada a las mujeres de forma muy homogénea, sustituyendo las camisetas sin cuello por otras de tirantes, o en determinados casos, manteniendo la camiseta debajo de otra prenda más abierta y femenina. El pelo, sin peinados muy elaborados, presenta melenas cortas y en determinados casos recogidas por una cinta o goma. Los rostros de las mujeres no presentan maquillajes convencionales sino un tratamiento estético discreto orientado a lograr rostros limpios con ausencia aparente de pintura o color. Por lo demás, el calzado sigue pautas parecidas al de los varones, así como el estilo de los complementos.

En resumen, el modelo en sí expresa un perfil claro, sencillo y fácilmente identificable. Pero también deja entrever cierta sofisticación estética que, a la postre, lo convierte en atractivo y aspiracional. Es decir, tiene una complejidad mayor de lo que pueda parecer. De hecho, tiene sus servidumbres ya que lleva más trabajo y dedicación asear y recortar a medida una media barba que directamente realizar cada mañana el tradicional afeitado. Lo mismo sucede en el caso de la mujer para que presente un rostro limpio y hermoso sin recurrir a estilos de maquillaje más convencionales. Por otro lado, encontrar complementos acordes a la estética y combinarlos adecuadamente requiere de una mayor dedicación. Y el coste económico, pese a toda apariencia, resulta bastante elevado. La diferenciación y la sofisticación tienen un precio aún traduciéndose en un estilo informal y desenfadado.

Mediante todos estos signos externos, se nos muestra un tipo de hombre o mujer que ante todo trata de romper con los modelos existentes y marcar uno diferenciado, basado en la modernidad y un inconformismo calculado que se conecta a valores tan seductores como grandilocuentes tales como el ecologismo, el pacifismo, la solidaridad y la igualdad. Ésta última entendida como una cierta uniformidad entre individuos. Si bien hablamos de una moda en todos sus signos externos, al mismo tiempo se trata también de una morfología que está asociada a una ideología política más o menos amplia y extendida que busca el modo de apropiarse de nuevos valores e imponerse socialmente. En la base de todo este modelo hay un equivoco mensaje de “igualdad”. Es un concepto de igualdad muy específico. No se trata de la igualdad de oportunidades o derechos a nivel individual sino del valor de igualdad a nivel de colectivos: hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, jóvenes y adultos. La diferenciación entre individuos se reduce a detalles menores para que prevalezca la uniformidad, no en el sentido más estricto, pero sí a nivel de conjunto. El individualismo resulta contraproducente: puede permitir a las personas llegar a sus propias conclusiones.

En lo que a la estética se refiere, los signos externos resultan sugerentes e inspirados en modelos minoritarios ya existentes y muy atractivos, y están acompañados de una amplia acción de difusión que los convierte primero en tendencia y finalmente en moda. En la parte conceptual, no es necesario asimilar y reproducir mensajes complejos. De hecho, la mayor innovación consiste en gran medida en romper con los procesos precedentes que implicaban una cierta acción y reacción intelectual fruto de una elaborada reflexión y maduración. Ese es el gran y verdadero avance, reducir el equipaje conceptual a valores sencillos y grandilocuentes, que en la práctica actúan como signos de diferenciación mediante la asimilación y repetición de fáciles consignas. Pero es en esa simplicidad, la cual permite propagarlo con gran rapidez, donde radica su debilidad.


2.- Simplicidad e incoherencia

Durante años, este modelo, junto con sus signos estéticos, sus valores y su innegable vinculación ideológica, ha sido reproducido en multitud de acciones de comunicación, anuncios, actos, programas televisivos, fotografías, reportajes y eventos. Innumerables personajes lo han adoptado como propio y lo han exhibido en sus signos estéticos y en sus mensajes como modelo a imitar. Y su éxito ha sido innegable, no sólo por el nivel de propagación sino por la relevancia alcanzada y el grado de preferencia que ha logrado sobre el resto de modelos. Sus mensajes, aún sin posibilidad alguna de interactuar con la realidad y de articularse de forma lógica, logran una y otra vez bloquear cualquier cuestionamiento racional gracias a su indudable atractivo, reduciendo cualquier discusión a cuestiones superficiales que, básicamente, se someten a binomios elementales como bueno o malo, guerra o paz, vida o muerte, ecologismo o contaminación, igualdad o desigualdad, solidaridad o egoísmo, simpático o antipático, moderno o antiguo. En una argumentación más práctica y realista, el modelo entraría en incoherencias como es el caso de defender la vida al mismo tiempo que se aboga por el aborto libre, o hablar de solidaridad siempre y cuando se trata de seres humanos de otras culturas o religiones o del Tercer Mundo, mientras que para con el vecino más cercano no existe en general una excesiva consideración, o defender presuntamente el ecologismo cuando se ignora que fabricar una sola placa de células solares genera una enorme cantidad de contaminación. Es la sencillez y el atractivo inmediato los que dinamizan al modelo. Y, al mismo tiempo, esa simplicidad lo limita produciendo numerosas incoherencias incompatibles con su longevidad.

A fin de cuentas, se trata de un modelo que, al margen de los mensajes grandilocuentes, no es capaz de integrar otros valores vitales para el individuo tales como el esfuerzo, el mérito personal, el trabajo y la responsabilidad. Y no sólo es que no los incorpore, es que provoca su extinción, liberando al individuo de esa pesada carga y proporcionándole engañosamente la promesa de una existencia trascendente a la vez que ausente de sacrificios. Según este modelo, un ciudadano puede renunciar al esfuerzo y a la responsabilidad personal al mismo tiempo que adquiere la capacidad de instaurar la paz mundial, defender la ecología y luchar por la igualdad y la solidaridad universal. Dentro de este modelo, cualquier individuo, sin necesidad de esfuerzo, es potencialmente un triunfador. No hace falta el estudio y el costoso aprendizaje, no ya para superar con éxito los retos cotidianos sino tampoco para saber cuál es la verdadera dimensión de los problemas que ponen en riesgo a la sociedad en la que viven, la dinámica de los mismos y sus complejas interacciones. Es tan simple como sumarse a un modelo social determinado y, una vez todos juntos, cambiar el mundo.

Al final, esta ventaja estratégica: la simplicidad, deviene en error “genético” y actúa como un virus que se activa tan pronto como el modelo empieza a reaccionar con la realidad, desmontando poco a poco el artificio. La personas que adoptan el modelo, sus signos externos y sus mensajes grandilocuentes, están predestinados como todos los demás a interactuar con el entorno más inmediato y a poner a prueba sus propias habilidades personales, es decir: todas aquellas cualidades propias de los valores convencionales que el modelo vigente ha extinguido. Y aquí es cuando empiezan los problemas. En un primer momento, las carencias pasan desapercibidas y quedan enmascaradas por el entorno que, en gran medida, está proyectado a imagen y semejanza del propio modelo. Pero es cuestión de tiempo que uno reciba mensajes diferentes, experimente planteamientos desde otras perspectivas y se enfrente a situaciones cotidianas que el modelo por sí mismo es incapaz de resolver.

Los mensajes inherentes al modelo permiten durante un tiempo evitar cualquier cuestionamiento al imposibilitar de raíz debates racionales, y reaccionar una y otra vez con respuestas simples y bipolares, es decir: bueno / malo, guerra / paz, ecológico / contaminante, moderno / antiguo. Pero, en la vida cotidiana, basar cualquier decisión personal en discriminaciones que no van más allá de bueno o malo, justo o injusto, ecológico o contaminante, paz o guerra, resulta del todo imposible: se hace necesaria una formación racional más compleja que tenga en cuenta la realidad inmediata del individuo. El modelo en sí puede resultar muy atractivo y sugerente, e incluso hacernos creer que detrás tiene mucho más que ofrecer. Pero lo cierto es que esas expectativas nunca se llegan a cumplir. En el día a día, la experiencia individual se va imponiendo y se van definiendo los verdaderos límites. Los efectos de esta traumática experiencia son diversos y producen a su vez diferentes reacciones. Por un lado, están quienes limitan su adhesión al modelo a cuestiones meramente cosméticas o interesadas que no exigen un verdadero compromiso, mientras que en su trabajo y demás cuestiones íntimas toman las decisiones en función de sus intereses particulares. Por otro, están quienes, desconcertados e incapaces de racionalizar lo que les sucede, se dejan arrastrar hacia la militancia más vehemente, o bien se desmoronan y se transforman en individuos apáticos, que tienden al relativismo y a rehuir toda responsabilidad. Y, por último, están quienes poco a poco van desechando el modelo y tratando de adaptarse a la realidad por sí mismos.

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