miércoles, 27 de enero de 2010

En Leganés, Munilla tenía razón

Han pasado cinco días desde el terremoto. He oído al responsable de Cáritas en República Dominicana y el cuadro es descorazonador. Ya ni siquiera tienen su principal placebo quita-gana, las tortas de arcilla, que se han puesto a precios estratosféricos. La gente en campos y ciudades todavía no ha visto ni un mendrugo de pan. Como siempre ha pasado, se pudre comida mientras los haitianos pasan hambre. A la espera del ejército, parece que las primeras ayudas están llegando efectivamente a través de Cáritas, que desde las parroquias dominicanas y mediante su red en Haití hace de banco y Estado.

Hace un año, solo dos meses después del último huracán haitiano, cuando se nos pasó la fiebre de ayudar al buen negrito murieron 200 niños de hambre en una sola aldea. Nunca les llegó ayuda alguna y sus padres siguieron abandonando los campos, destruidos por el grano subvencionado del primer mundo que les hace imposible competir, y subsistir. Es lo que tiene dárselas de liberales pero actuar con proteccionismo socialista. Con los biocombustibles y demás negocios ecolochorras (molinillos, por ejemplo) suben los costes de la energía y suben los precios del azucar, trigo, maíz, sorgo, caña de azúcar, remolacha, girasol y soja, que ahora no son para dar de comer al hambriento, sino para llenar el depósito de tu coche. Hemos -nosotros- terminado de arrasar Haití, solidariamente y reduciendo CO2 con economía sostenible.

Hace un par de años la situación ya era desesperada. Los más afortunados podían comer galletas de barro. Así era Haití en 2008:


La crisis haitiana es tan extrema que ha forzado a la gente a comer (no alimentos) galletas de barro (llamadas “pica”) para aliviar el hambre. Es un desesperado remedio haitiano hecho de barro seco amarillo que proviene de la meseta central del país para aquellos que pueden permitírselo. No es gratis. En los atestados suburbios de Ciudad del Sol, la gente usa una mezcla de barro, sal y grasa vegetal como comida normal, y eso es todo lo que se pueden permitir. Un periodista de AP en Puerto Príncipe lo probó. Dijo que tenía “una consistencia suave, pero la mezcla se deshacía fuera de la boca tan pronto se tocaba con la lengua. Después, y durante horas, persistió un desagradable sabor a tierra”. Mucho peor es cómo afecta a la salud humana. Una dieta de galletas de barro causa desnutrición severa, dolor intestinal y otros efectos dañinos por toxinas potencialmente mortales y parásitos.

Otro problema es el coste. Ese llena-estómagos no es gratis. Los haitianos tienen que comprarlo, y los precios de la “arcilla comestible” no paran de subir, casi 1,5$ el pasado año. Ahora cuesta alrededor de 5$ hacer 100 galletas (unos 5 céntimos cada una), lo que es más barato que la comida, pero muchos haitianos ni siquiera pueden permitirse eso.


El Ayuntamiento de Leganés se siente solidario con Haití. Como las cosas de palacio ya se sabe, de momento los que hacen algo, además de sentirse solidarios, son Intermon Oxfam, Cáritas, Cruz Roja, Save the Children y UNICEF. En Haití mueren de hambre, cada año, 26 mil niños de menos de 5 años. En el mundo, 1.200 niños cada hora. Hay males mucho mayores que los movimientos de tierra, y están en nosotros; son la falta de espiritualidad individual y el materialismo social. Los muertos de Haití no lo son por un terremoto. En Japón ese mismo movimiento sísmico apenas hubiera dejado víctimas. El mal no es la Tierra, somos nosotros antes que ella se mueva. Pero respiremos tranquilos: Leganés se siente solidario con Haití.

Leganés es una gran ciudad madrileña, con 200.000 habitantes, su Virgen de Butarque y su campus universitario. La bandera y escudo, coronados por una cruz que habrá que quitar, representan aquella laguna sobre la que se asentaron miles de familias emigrantes de Extremadura, Castilla y Andalucía. Los pepineros, que nutrían de hortalizas Madrid. Hoy siguen llegando inmigrantes pero no tanto, pues los supersolidarios, o sea (pronúnciese a lo Julaijosé), servidores públicos, han decidido que allí, de pobres ni uno.
Hace un año la oposición del ayuntamiento volvió a pedir la construcción de un albergue para los excluidos y sin techo que malviven en chabolas, o para los transeúntes. La respuesta de la concejala de asuntos sociales, Emilia Quirós, es digna de oírse en todo su esplendor. Vale la pena, solo un minuto de audio en dos partes: para atraer pobreza... nosotros no lo queremos, ¿para qué? ¿para atraer más pobreza?

El pasado 12 de enero, para empezar el año con ese frío que atería los huesos, dos personas murieron quemadas vivas al arder su chamizo en Leganés. Y van 6 durante el último año en la región de Madrid. En diciembre de 2008, para celebrar la Navidad, dos bebés murieron al arder su chabola en el poblado de El Salobral, en Villaverde. Los muertos de Leganés habitaban desde hace quince años el solar junto al psiquiátrico. La rápida intervención de la concejala Emilia Quirós ha puesto fin a tal situación en apenas veinticuatro horas, usando la excavadora para derribar las chabolas, dando cama la noche del siniestro a un par de supervivientes, en el hostal, y mandándolos al día siguiente a Madrid. Ya saben: nosotros no los queremos, ¿para qué? Somos solidarios con Haití.
Definitivamente hay males mayores que un terremoto, puesto que el Mal no es accidental ni colectivo, no es transitorio y contingente, sino esencial, básico, y actúa desde cada individuo para cada individuo.

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