Corría el año 14 dC cuando Tiberio se convirtió en emperador. Denominado tristisimus hominum —el más triste de los hombres—, a Tiberio, que fue un grandísimo militar y buen emperador, lo machacaron en vida por razones políticas pero también por disputas domésticas que terminaron con un corte de mangas histórico, dejando a Calígula como sucesor. Su nuera Agripina, que debía ser un coñazo de carácter insoportable, se estaba quejando continuamente, sin la menor razón en la mayoría de los casos. Como dice César Vidal: «Agripina daba muestra de una destemplanza absoluta, de una intolerable falta de educación, de un egoísmo incomparable y de una insolencia sin parangón». Tiberio, al que las protestas de Agripina le dejaban más frío que las pelotas de una morsa, la tomó por el brazo y le dijo:
Si no oprimes, hija mía, te crees oprimida.
Tiberio dejaba en evidencia el verdadero carácter de la protestona. Volvamos al gran Vidal para definirla: «Una persona que necesitaba explotar el victimismo, quejarse de manera continuada y hacer la vida imposible a los demás». Es decir: si no podía oprimir a los otros, sentía que la oprimida era ella; si no era ella el verdugo, se sentía víctima.
Ese verso griego que transcribe Suetonio y editorializa César Vidal el 1º de junio de 2009 refleja varias cosas. El síndrome del victimario que pretende ser víctima. El opresor que se dice oprimido. El perseguidor mostrándose como perseguido. La miseria moral de quienes explotan el victimismo y a las verdaderas víctimas. La destemplanza absoluta, intolerable falta de educación, egoísmo incomparable e insolencia sin parangón de quienes no dudan en acusar sin pruebas a cientos de personas inocentes mientras, al mismo tiempo, defienden a terroristas condenados.
También deja claro lo difícil de sacar primero la viga de tu propio ojo para ver bien la paja en el de tu hermano. Porque hay que tener un desahogo intelectual pasmoso para editorializar así al mismo tiempo que se defiende a terroristas y se acusa sin pruebas a las víctimas de las infamias que, buscando amparo, le han llevado a uno a los tribunales.
Porque la ley del embudo no suele funcionar. No hay libertad de insulto, ni de expresión para mí pero no para los demás, no existe el derecho a difamar, calumniar e injuriar, y menos aún sin pruebas. Por mucho que uno se empeñe, el victimario no es una víctima, ni aunque se flagele o se corone de espinas, pues las únicas púas clavadas son aquellas que se pagan muy bien en la batalla mediática.
Tanto el sindicato Manos Limpias como el magistrado Adolfo Prego se han visto sometidos —como antaño Alcaraz u hogaño Federico Jiménez Losantos— a una ceremonia de flagelación y coronación de espinas. -César Vidal
Otros medios han mantenido parecidas tendencias al tratar los atentados del 11M. Su objetivo es puramente utilitario, ya sea de manera política (como hizo el gobierno Aznar desde el primer minuto y la oposición de Rodríguez Zapatero desde el minuto dos) o por intereses estrictamente comerciales. Estos también se hacen las víctimas.
Gara, 10 de julio de 2007:
Tampoco me creo que quienes han sido juzgados en Madrid por el 11-M sean los autores, cómplices o encubridores de la matanza (ETA menos, claro) ni que los de Leganés se «suicidaran». También Nerón echó la culpa del incendio de Roma a los cristianos…
Gara, 3 de abril de 2008:
Por más que intenten convencernos de que hace cuatro años unos «pirados asesinos» mataron a doscientos inocentes «que pasaban por allí»… sabemos muy bien que no es eso lo sucedido en Madrid aquel 11 de marzo.
Y entre los responsables no están los islamistas sino Aznar, Irak… ¡y hasta las propias víctimas del atentado!
Tan inocentes víctimas como sus compañeros de (mala) suerte bagdadíes, pero ¡cuidado!, no igualmente irresponsables… al igual que la inmensa mayoría de los ciudadanos del estado español, son responsables en parte de lo ocurrido.
Total, que aquí somos todos responsables; todos menos los terroristas islámicos. Y encima tenemos que aguantar a una patulea de pretendidas víctimas que andan como almas en pena damnificados por aquel terrible día 14 de marzo de 2004, jornada de elecciones.
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