viernes, 19 de junio de 2009
El florecimiento del bobo
Se viste de Hermes pero con pañuelito babacool, porque no es esclavo de la moda, odia y ama a los americanos, lleva los niños al Colegio Alemán pero respeta profundamente las lenguas regionales, dice leer a Suso del Toro y Saramago, es feminista metrosexual, o metrogeneral, porque el sexo no existe y solo hay género, aunque se cuida de decir siempre ciudadanos y ciudadanas, os y as. Le encantan las históricas conjunciones planetarias, practica la pureza de sangre ideológica, el personaje por el que siente fascinación es Franco, comprende la sensibilidad islámica y no falta a ninguna manifa de apoyo a Hamás. Es el bobo, nuestro facherío progre, siempre con el que manda. Por la conjunción planetaria y más allá.
Bobo es un acrónimo, Bourgeois-Bohème, que al parecer inventó David Brooks en el New York Times. Define al conservador que se dice progresista y que pegado a sus privilegios se gasta formas bohemias para relacionarse con la plebe. Pese a sus esfuerzos por parecer diferente sigue con fruición los mantras de corrección política propuestos por cada nuevo iluminado con poder.
Llevo un tiempo atónito con los bobos. Entiéndase: pasmado, como aquellos paisanos de Bienvenido Míster Marshall. Como se sabe, junto al cabreo, poner como chupa de dómine mi país y una acendrada pasión por quemar curas o salir de nazareno, el pasmo es rasgo congénito de cualquier español de bien, y hay que hacer patria.
Estupefacto porque uno, a estas alturas de la serie, creía haberlo visto todo. Pero no. La histórica conjunción universal del flipamiento trekkie, el rollo guerracivilista a lo Life on Mars, pacifismo pastelero de la Diana de V, nuestra Generation Kill hortofrutícola como aquel seiscientos con enano que insultaba en lugar de disparar (no mata pero desmoraliza), abortos para niñas o ponerse tetas, cualquier ocurrencia es buena. Lo nuestro es una sorpresa cada día. Nadie nos avisó y nos han traído a LOST, vivimos en la isla de a ver qué pasa ahora. Y cada día toca, si no un pito una pelota.
Es verdad que el bobo dedica sus esfuerzos humanitarios a grandes causas galácticas. Pero no se equivoquen, ninguna lucha es ajena a su espíritu reivindicador. No hay causa pequeña. Si es de la subespecie ecochorra se ensimismará con la hibridación de la codorniz japonesa o el estado de la gaviota corsa; si lo suyo es viajar a NY para ver las novedades del MOMA no desdeñará un estudio sobre los usos lingüísticos de Andorra o la danza y baile del cirio en Castellterçol, que son algunas de sus apasionadas batallas.
El bobismo debe reinventarse a cada paso pues su objetivo es estar a la última y, sobre todo, no sentirse como los demás. Intentó no comer carne pero era imposible, así que se pasó a la agricultura ecológica. Cuando Coronado salió vendiendo Bio, volvió al churrasco. Activo defensor del comercio justo, de todas las oenegés y de la solidaridad con los pueblos del planeta (Tierra), cada vez que deja temblando la tarjeta destina un 0.7% a repartir condones en África.
Hay que diferenciar entre el bobo vulgaris, la tropa, siempre dispuesto a hacer el canelo por nada, y el bobo dirigentis, al que decir memeces le reporta pingües beneficios. El vulgaris, por ejemplo, puede vivir en un pisazo compartido, porque es muy plural y no le interesa la familia; el dirigentis favorece siempre a la familia, la suya, entendiendo que no hay mayor solidaridad que la del propio bolsillo. El vulgaris tiene una bicicleta, recicla basura y ha montado una célula solar para calentar la ducha. El dirigentis conduce un ecodiesel híbrido, y es dueño de media Andalucía, donde tiene miles de molinos de viento por graciosa concesión. Como adora las nuevas tecnologías y necesita que su espíritu rebelde se exprese en libertad, el bobo se metió a bloguero, pero ojo, no un blog plebeyo, el suyo (nos) cuesta (a los demás) un mínimo de 315.000 euros anuales.
El bobo dirigentis coloca a su niña como apoderada de algún chollo. Al vulgaris, por el contrario, le parece perfectamente natural hacer la carrera de inspector de igualdad, «para formar profesionales que vigilen el cumplimiento de la ley». En otro tiempo buscaban perniles para ver si un converso lo era de verdad o de pega. Otra cosa no, pero el bobo es siempre disciplinado. Siguen las órdenes del gurú y no van a esquiar en los Alpes, a Baqueira tampoco, que es cosa de cortesanos; ellos van a Chile y esquían en primavera. En Pascua, el bobo dirigentis se va a Cayo Largo del Sur y lleva cajas de aspirina a los cubanos, mientras que el vulgaris se conforma con pedir una Semana Santa laica y atea, o deambula por León buscando dónde cagó Genarín.
Esas cosas del paro no van con el bobo, ni con los liberados sindicales aunque pertenezcan al populacho. El recibo de la luz, la gasolina o un ADSL de atraco no forman parte de sus preocupaciones. Si tomamos un bobo al azar y le espetamos de sopetón la palabra nuclear, apreciaremos una versión en directo de la niña del exorcista. Pagar más o menos por la electricidad es demasiado vulgar como para considerarlo, él está a otras cosas de mayor calado. Un bobo pata negra está por la implementación de medidas globales para el consenso multicultural, como ese que propone en el Congreso que se obligue a las niñas a jugar al fútbol y a los niños a saltar a la comba, hablando la lengua que marque la autoridad (militar, por supuesto). Así elimina un bobo, arrebatado de éxtasis dialogante, «los estereotipos que mantienen los roles machistas», para que los maestros puedan «controlar desde la más tierna infancia que no hay ningún tipo de discriminación sexista en los juegos». Les encanta, tendremos chinitos como los de Pyonyang. Otro perrito piloto y te vendo la moto.
No confundirse, no es lo mismo bobo que idiota. De hecho, los bobos pueden ser muy listos. El bobo regionalista, por ejemplo, te meterá como texto de español en la selectividad unos párrafos del ser vivo Bibiana. No hay manera mejor de poner en su sitio esa lengua invasora imperialista, la suya.
A los bobos les ha dado últimamente por vestirse de marineritos y tomar la primera comunión. Fiesta del Florecimiento, la llaman, y le va mucho a ese rollete burgués del pijismo (papá, quiero mi fiesta del florecimiento, oig). Es como aquel momento glorioso en que Lauren Postigo se casó por el rito zulú, pero en vez de Kuntakinte pintando con caca de ñu las tetas de tu novia, contratas a un actor que le lea al niño sus derechos. Luego, en la confirmación, ya se lo llevarán al cuartelillo, y entre flor y flor hasta podrá acogerse a la quinta enmienda. Más petardo que lo del rito balinés, que un cura vestido de Elvis o montar un acogimiento civil con floripondios (niño, como no sueltes la Barbi de tu hermana te achucho al abuelo, que estuvo en los maquis). El día de los enamorados de Galerías y las navidades blancas del Pachá, todo en uno. Ahora que el sector cristiano intentaba que la Navidad no parezca un anuncio de Coca Cola, llega el bobo y nos sale con su punto florido. El cutrerío pijo de los horteras más consumistas resulta que es de izquierdas, y yo con estos pelos.
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