miércoles, 2 de diciembre de 2009

Holouniverso, fe y razón

De Políticamente Acorrecto

Hay una manera infalible de reconocer el arte. Si necesita explicación, no es arte. Cuanto más intente alguien explicar La Pietà o el Ave Maria de Schubert, más se alejará de la obra artística. No se puede explicar un pequeño poema de Miguel Hernández con 500 páginas de ensayo. Ningún puntillista pudo descifrar a Ver Meer y cada conceptual seguirá dándose de cabezazos con Velázquez. Es lo que ocurre cuando se entiende mal el encuentro de ciencia y religión. La mano de Dios es inefable, se muestra en Covadonga, en una madre amamantando a su bebé y en la belleza de E=mc2. Cuando esa expresión llega a su máximo y se imprime como un sello sobre la cera caliente del ser humano, tenemos a Cristo.

En 1961, Pier Paolo Pasolini, según él ateo y marxista, declaraba: «Yo soy anticlerical, pero sé que dentro de mí hay dos mil años de cristianismo». Con sus antepasados —decía— edificó las iglesias románicas, luego las góticas, y luego las barrocas; su contenido y su estilo formaban parte de su patrimonio personal: «Estaría loco si negase esta fuerza potente que está dentro de mí, si les dejase a los curas el monopolio del Bien». En 1963 lo condenaron a 4 meses de cárcel por una película abiertamente anticlerical. En el 64 estrena El evangelio según San Mateo, que dedicó al Papa Juan XXIII. En 1999 el Vaticano premió El evangelio según San Mateo de Pasolini como una de las mejores películas del siglo XX.

Cuando académicos como Miquel Navarro dicen que el arte actual se ha hecho menos humanista y más analítico, lo que están diciendo en realidad es que es menos arte. No es extraño que algunos fotógrafos y cineastas hayan sustituido el papel que tuvieron los pintores hasta Picasso y Dalí, o que dé lo mismo tener en la pared un cromo de Miró que el original del cromo. Cualquiera, analfabeto o erudito, siente más emoción con El Gran Torino que con toda la colección de Warhol; la estética no basta y todas las ágoras del mundo no impedirán echarse una buena siesta ante el aburrimiento. En el terreno espiritual, Juan Pablo II propuso «una invitación a volver a encontrar la la vía de la belleza, en la fe, en la teología, y en la vida social para elevarse hacia la belleza divina», y Benedicto XVI, preparando el encuentro con los artistas, afirma que la vía de la belleza es un recorrido privilegiado y fascinante para acercarse al Misterio de Dios. El resumen de esta situación lo enunció mucho antes un auténtico genio, José Ortega y Gasset, la deshumanización del arte.

Porque, ¿alguien puede explicar lo que es el arte? De hecho, ¿alguien puede explicar nada de lo que vemos? Einstein concluyó que no sabemos, adivinamos, y tras él la posmodernidad terminó de arreglarlo: la Teoría del Caos, el principio de incertidumbre de Heisenberg o el teorema de Bell nos envían de vuelta a los presocráticos para tratar como a meros enciclopedistas a Aristóteles o Tomás de Aquino.

San Francisco de Asís: “Lo que buscamos es lo que busca”


A principios de los 60, el trabajo matemático de Dennis Gabor fecunda en una forma diferente de ver: el holograma. Cualquier parte del holograma contiene toda la información, a diferencia de una foto en que podemos cortar pedazos. Al mismo tiempo, el neurocirujano Karl Pribram, retomando estudios de Karl Lashley sobre la memoria, llega a la conclusión de que el cerebro funciona como un holograma, por ejemplo podemos cortar cualquier parte sin que afecte a la memoria. No hay manera de situar el «yo».

Werner K. Heisenberg, Premio Nobel de Física en 1932, es autor de una de las grandes contribuciones a la física cuántica: el principio de incertidumbre. Cuanta mayor concreción ponemos, por ejemplo, en determinar la posición de una partícula, más desconocido se nos hace su movimiento lineal. Una partícula puede estar en dos sitios a la vez, en dos tiempos a la vez, tomando espacio y tiempo como meras convenciones mientras alguien no explique su naturaleza (que levante la mano el que lo sepa). Si es imposible medir la posición y el momento lineal de una partícula, significa que cuanto más intentamos cerrar nuestro acercamiento a la realidad, más se nos escapa. Para el observador humano, la indeterminación cuántica resulta despreciable, y sin embargo existe. Algunos, como Stephen Hawking, han dado explicaciones alternativas para salvar el indeterminismo, pero su propia explicación —no existen posiciones y velocidades, sólo ondas— continúa situando al observador como ajeno a la realidad real. Nos resulta imposible comprender que lo que vemos y tocamos como materia sólida no lo es. Ante mí hay un pisapapeles de granito y me es imposible aceptar que el 90% de lo que toco es espacio vacío, que cuanto veo es un reflejo de algunas ondas moviéndose, que se cumple la Tabla Esmeraldina: «Lo que está abajo es como lo que está arriba». Al mismo tiempo que Heisenberg se ocupaba de la física, el filósofo Jiddu Krishnamurti se esforzaba en hacer comprender que: «Cuanto más hablamos de “la verdad”, o incluso la pensamos, más nos alejamos de ella».

Holouniverso

De Políticamente Acorrecto

Uno de los grandes teóricos de la cuántica, David Bohm, llegaría a conciliar ambas visiones, la filosófica y la física. Empezó al lado de Einstein, quien dijo de él que era el único que podía ir más allá de la mecánica cuántica. Retomó la teoría del cerebro holográfico de Pribram, y en 1971 propuso un modelo holográfico del universo. Su encuentro con Krishnamurti sería definitivo para la explicación del holouniverso. El universo holográfico combina experiencias aparentemente contrapuestas, como el experimento del gato de Schrödinger y el suicidio cuántico, la interpretación de Copenhague y en cierto modo la teoría de los universos múltiples de Hugh Everett. Desde Heráclito hasta Kant pasando por Descartes, todos los filósofos que han construído nuestro pensamiento se pararon ante tan tremenda barrera, y el holouniverso solo demuestra que entre la realidad ahí fuera y lo que nosotros percibimos de ella, hay un abismo que no salva la razón, que lo creado es inaccesible, y que somos conjuntos de átomos pensando sobre sí mismos. La vida como imperativo categórico de la creación.

Exégesis cristiana

Los estudios y contraestudios que vienen realizándose desde hace dos mil años llevan a situaciones absurdas que, esencialmente, son infantilismos. La ciencia y la fe deben ser coherentes, perfectamente compatibles dentro del misterio, pero en los textos jurídicos estamos acostumbrados a la valoración conjunta de la prueba, en la vida cotidiana aplicamos la fe interpersonal, y al abordar el misterio de Cristo no se puede andar haciendo la prueba del nueve. Así ocurrió con el heliocentrismo, así pasa con los creacionistas y así razonan quienes se paran ante la foto fija de las Escrituras y la Revelación, sin ver que somos como pequeños hologramas resonando ante el gran holouniverso.

Ahora bien, para la exégesis cristiana, el debate que armoniza fe y razón debe contar siempre con un pequeño detalle: Dios es Cristo, et incarnatus est. La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993) de Pontificia Comisión Bíblica, en su apartado Métodos y criterios, la Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación y algunas catequesis del Papa Juan Pablo II —Sagrada Escritura: inspiración e interpretación— son imprescindibles para entrar en el tema. Hay multitud de pequeños intentos por explicar de manera pedestre la exégesis canónica, el método histórico crítico (pdf) y lo razonable de la fe religiosa, pero ninguno lo consigue (ni lo conseguirá).

Buscar una interpretación absoluta o hacer una refutación absoluta es lo mismo que hacen los creacionistas. La Revelación es un acontecimiento diacrónico, es progresiva, actúa en la historia (o lo que de ella adivinamos) adaptada al entendimiento del receptor, y no tiene sentido sin la fe.

La visión que cada testigo tiene se suma a todas las posteriores —incluyendo esta misma y sus contrarias— en la acción del Espíritu sobre la Historia. El total de esas percepciones se acerca a la verdad, a Dios, o incluso los grandes místicos como Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ibn Al Arabí, Siddharta o el padre Pío se acercan en solitario pese a que no podamos entenderlos. Cada evangelista aporta una información, además de la Tradición: «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos», dice Juan; «no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído», escribe Lucas. Las interpretaciones que se van sumando no son absolutas, nos sirven para comprender hoy, y para demostrar que quizás otras fueron erradas.

La fe

"Entonces le llegó la respuesta, tan simple y claramente como si su madre se la hubiera susurrado al oído: esto es una prueba, Qing-jao. Los dioses te observan a ver qué haces. Una prueba. Por supuesto. Los dioses estaban probando a todos sus servidores en Sendero, para ver cuáles eran engañados y cuáles perseveraban en perfecta obediencia. Si me están probando entonces debe de haber algo apropiado para que yo lo haga".
Orson Scott Card, Ender el Xenocida, 1991


Pusieron ante los ojos de la agraciada Qing-jao las pruebas de que su gracia era en realidad una tara genética. No eran los dioses quienes se comunicaban con ella. Y ahora, aplicada la cura a todo el planeta, los extraños ritos de purificación que practicaba impelida por la manipulación hereditaria carecían de sentido.

Pero Qing-jao encontró la respuesta. Volvió al ritual. Se arrodilló sobre las traviesas de leño que formaban el suelo. Buscó una línea en las vetas de la madera y comenzó a seguirla guiándose con el dedo, su nariz a unos centímetros. Decenas de vetas en cada travesaño, decenas de traviesas por metro, cientos de metros, una habitación tras otra y vuelta a empezar. Qing-jao se quemaría la vista siguiendo los dibujos hasta que los dioses contestaran.

La tomaron por loca y pasaron los años. Entonces empezó el rumor entre los piadosos: «En su casa habita la última de los agraciados». Acudieron a verla, al principio pocos, cada vez más. Cuando Qing-jao murió, sus discípulos y todo el mundo de Sendero la proclamaron diosa. Porque, en realidad, nadie entiende nada: sólo intuimos.

Leer más en Hispalibertas.
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1 comentario:

  1. Guzmán, la discusión se sigue más o menos aquí, por si quieres pasarte:
    http://www.hispalibertas.es/2009/12/02/holouniverso-fe-y-razon/

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