Reparte Patxi, apriétate a la silla que vamos a levantar esto. Miren la foto atentamente. Observen esas caras, son gente normal. Y ahora vuelvan a mirarla pero de verdad. Porque la foto, la auténtica, no está en la pantalla de su ordenador, la foto de verdad muestra a alguien —usted— mirando una foto, y una leyenda al pie que dice asesinado. Es como esos que miran el arte moderno con ojos del clásico, meditando horas ante dos ladrillos rotos en una sala blanca sin darse cuenta que la obra les incluye y que sin ellos allí plantados como pasmarotes no hay cuadro. Los personajes no importan, olviden la consanguinidad y los devastadores efectos de la endogamia, la pregunta es: si el asesinado hubiera sido otro —uno de los allí presentes—, quien hoy descansa en paz ¿ocuparía su puesto en la partida? Todas las respuestas son inquietantes. Un hermano de la víctima declara bajo estado de choque, lamentándose: «Si no hubiéramos sido…», ¿qué?, ¿acaso hay justificación para los que «no son»? Y sin embargo, en sus palabras y sus contradicciones podemos reconocernos todos, porque formamos parte de la foto. Cantaba Raimon cuando aún éramos vírgenes: «Todos los colores del verde, gora Euskadi dicen fuerte, la gente la tierra y el mar allá en el País Vasco». Al valenciano se le olvidó el rojo y el negro, colores de sangre, vergüenza y luto. ¿Quieren ver Arte? Miren la partida de cartas de Caravaggio, se la conoce como Los Tramposos.
Yo de mus ni idea, eso es más propio de castellanos. En mi pueblo jugamos al truc y además no usamos esa jerga mayoritaria para hablar. El valenciano, digo, que es de imperialistas, cosa de invasores extranjeros venidos de la capital. Nosotros hablamos apitxat, pronunciamos las ches y esperamos la República Independiente de Russafa. San Javier Arzallus sí sabe de mus, la mano vale diez. Castellano viejo y gran jugador desciende la montaña con la ley del juego: «Lo que le queda a la sociedad vasca es aguantar, porque es ese es el mejor camino para acabar con la banda, más que las policías de Alfredo Pérez Rubalcaba». Cuando preguntan al enviado de los dioses qué pueden hacer las familias perseguidas y asesinadas por la banda, el jesuita sentencia: «Ellos verán si toman valium». Es el mismo consejo que durante cuarenta años dieron los libertadores como su papá a las familias perseguidas por el franquismo. La Iglesia española se ha lucido en Vascongadas. Mucho valium debió tomar Javier para olvidar cuando entró con su madre y hermanos a misa en la basílica de Loyola junto al Caudillo, a veinte metros de donde asesinaron a Ignacio Uría, con papá Arzallus henchido de orgullo por ser parte de la Guardia de Honor de Franco. Allí, donde huele a muerto rojo y negro, con el Tercio de San Ignacio en las vísperas de agradecimiento al Generalísimo. Donde le han pegado tres tiros a Ignacio Uría.
Siempre que sale uno de estos «rebeldes» busco el estanco que regalaron a su familia. No falla. Mucho mejor aquel estanco que el autobús donde su papá golpista traía pistolas inglesas para levantarse contra la República, dónde va a parar. Y no crean que tardó, pues dos días después del alzamiento ya estaba aquel Tejero-gudari revólver en mano, un 20 de julio de 1936, liderando a los fascistas de Azkoitia al grito de ¡abajo la República y el gobierno vasco! Desde entonces andan repartiendo valium.
Dice Ibarreche que ETA ha matado «con enorme cobardía» a un «hijo del pueblo vasco», o sea del peneuve, o sea «de los nuestros». Porque se puede matar valientemente, con cobardía o con «enorme cobardía»; y pueden matar a un hijoputa, a uno que algo habrá hecho, a un extranjero o a uno de los nuestros. No es lo mismo. Cuenta el gudari Arzallus que «alguien de Azpeitia o del entorno del empresario lo señaló como objetivo», y el santón sabe de qué habla, que perro no come perro hasta que los cachorros se ponen traviesos.
Los churros hay que comprarlos cuando pasa la churrera, así que para algunos tocaba ponerse con la pancarta, y para otros repartir cartas. Media hora de silencio para sumar a cuarenta años sin una palabra. Algunos trabajadores de Uría se concentran junto al lugar en que quien les pagaba fue tiroteado. Cien de sus empleados están de acuerdo con el asesinato y no ven razón alguna para decir nada, como mucho ¡sig heil! De los dos sindicatos presentes en la empresa, ELA y LAB, éste último ni condena ni se hace la foto, ¡con la chica no se salen! Hasta que no canta la gorda no se acaba la ópera.
Los que sí condenan, casi 300, lo hacen por peculiares razones: «Porque somos trabajadores y abertzales no estamos de acuerdo». Piensen la frase, inmarcesible, da para todo un ensayo sociológico. La joven guardia roja de Mao haría maravillas con semejante eslógan, o el NSDAP y la Hitlerjugend, o los jemeres camboyanos: ¿se necesita una razón para «no estar de acuerdo» con un asesinato? Ellos sí la necesitan. ¿De verdad tengo que condenar una ejecución sangrienta? —me pregunto sinceramente— y la respuesta es no. Una sociedad enferma no se caracteriza por los cuatro energúmenos que pegan tiros, o quienes les sustentan, eso es el pus que supura un pueblo que cree necesario decir que matar está mal, o violar, o torturar niños.
Entonces aparecen los teóricos de la tribu. Jordi Pujol piensa que «si no tuviéramos el problema de la inmigración, estaríamos mejor que nunca», porque «más que a un marroquí, religión aparte, a los latinoamericanos les cuesta entender la catalanidad» y pueden «llegar a ser una presión especialmente asfixiante para Catalunya». Los de SOS Racisme se mosquean con razón, esto va de suyo, pues como dicen son «argumentos xenófobos y demagógicos» que «fomentan el racismo social». Muy finos y muy correctos, demasiado, cuando las ideas de Pujol y Arzallus están sobradamente estudiadas como demografía política, el Estado moderno y la nación como esencia, basado en el racismo, ingeniería social y genocidio .
En fin, nada nuevo. Michel Foucault trató abundantemente la paranoia racista en Sécurité, territoire et population o en el posterior Genealogía del racismo. Foucault explica cómo en la base de cualquier delirio etnicista se encuentra el ansia de dominación, el poder (miren Venezuela), que no es el Estado, pues la tiranía cotidiana es un juego —como el mus— y está determinada por ese juego de unos individuos sobre otros en cualquier sociedad. El poder es una situación estratégica, como el racismo o la creación de un enemigo que define al grupo por ser «de los nuestros». La guerra, dice Focault, «fue concebida desde los orígenes de la era moderna hasta todo el siglo XVIII como guerra de razas». Ahí es cuando aparecen los grandes sacerdotes del nuevo culto pagano, finales del XVIII principios del XIX, primero el francés Gobineau que publica su estudio de las razas en 1855, seguido de Houston Stewart Chamberlain y Sabino Arana, para lo que veinte años después se concretaría en Alfred Rosenberg.
El tema de las razas no estaba destinado a desaparecer, sino a ser retomado en algo totalmente diferente de la guerra de razas: el racismo de estado
Lo que Focault llama biopoder, las técnicas para subyugar los cuerpos y controlar la población, que lleva a una casta dirigente —el poder— a utilizar cualquier método sobre la vida para mantener sus privilegios: pena de muerte, aborto, eugenesia, genocidio, represión. ¿Cómo es posible que un poder político mate? —se pregunta de forma retórica el filósofo—, ¿cómo es posible ejercer la función de la muerte? Aquí interviene el racismo:
Existía ya desde mucho tiempo atrás, pero la emergencia del biopoder permitió la inscripción del racismo en los mecanismos del estado.
Los dos concejales de Eusko Alkartasuna que gobernaban con ANV, o sea, Batasuna, o sea, ETA, sin cuyos votos nunca hubiera estado ETA en su alcaldía, renuncian a sus cargos y aprueban una «condena rotunda». Hoy no toca buen rollito, nos ponemos estupendos y condenamos. El ministro Fernández Bermejo ya aclaró que también juega al mus con ETA:
El Ministerio no para de ordenar su juego y en el momento en el que la jugada lo aconseje, se den las condiciones y existan pruebas que nos permitan ir a los tribunales, ocurrirá lo que tenga que ocurrir.
Reparte Patxi, que no se reúne a gente de esta calidad para acuchillar a una vieja. Hoy condeno, mañana subvención, pasado manifestación y al otro bomba. Ahora toca tregua y luego conflicto. ¡Un pacharán! Y dos carajillos. Unos días nos joden los del movimiento de liberación y otros los liberados de no sé qué, unos tiros en el bar, un cajero por los aires, le pegamos fuego al bus y todos los nazis a recoger nueces. ¡Ponme otro, que sea doble! Nosotros aquí, a lo nuestro, ovejas separadas, lobo que engorda. Que si diálogo y talante, que no, que ahora nos ponemos duros; que les damos 40 millones y que vaya con los cachorros, ya mataron a otro. ¡Qué díscolos los hitlerjugend! Mira que son revoltosos. Tú reparte, Patxi, que la partida debe continuar, y no te preocupes: jugar y perder, pagar y callar, perro no come perro… Casi nunca.
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